Sobre el bolardo
Bolardo es una palabra foránea, adaptada de la inglesa bollard, que etimológicamente proviene de bole, tronco de árbol. Los bollards y los bolardos sirven para amarrar los barcos en los muelles y, en segunda acepción, al menos para castellanoparlantes, designan a toda una panoplia de obstáculos en aceras y calles que sirven, teóricamente, para impedir que los coches aparquen en determinados espacios.
Los bolardos son, para Alsocaire, un ejemplo muy especial de las consecuencias del comportamiento humano. Aunque es cierto que, en general, sirven para el objetivo pretendido, cumplen muchos otros, y, en multitud de ocasiones, esas "segundas derivadas" del objeto toman el carácter de protagonistas principales.
Hay que advertir, además, que los bolardos situados en algunos lugares, pueden sufrir dos tipos de agresiones: algunos son arrancados de cuajo, quedando como testimonio de su antigua presencia un agujero en la acera o en la calzada -creando así un riesgo adicional para el transeúnte- y otros son cuidadosamente reformados para convertirse en elementos de "quita y pón", garantizando la plaza de aparcamiento sobre el pavimento para quien haya tenido la paciencia de realizar tan fino trabajo.
Los bolardos han surgido en las ciudades en prácticamente todos sus centros, como paso previo a la declaración de su peatonalidad y como síntoma de rendición de los poderes públicos (municipales) al control del cumplimiento de las señales de prohibido aparcar.
Los bolardos no son elementos recaudatorios, más bien suponen un gasto o un dispendio, y por eso, están situados, muy de lejos, en relación con el instrumento del parquímetro, en la preferencia de los munícipes. Un alcalde que se precie tiene que instalar parquímetros y muchas zonas azules, y recibir cánones provechosos por esa utilización privativa y lucrativa de suelo público; la única dificultad es que aquél (el parquímetro) necesita espacios libres en superficie para que los vehículos puedan estacionarse en los lugares de pago, y esos son un bien escaso en ciudades planificadas una sola vez, allá por la Edad Media.
En este sentido, el bolardo significa un colaborador valioso de los parkings subterráneos, a los que ayudan a llenar. Esta fórmula de atraer a los vehículos al centro de las ciudades es factible y lucrativa (con pequeños riesgos, atribuíbles, en general, a los austríacos): el hombre moderno domina -junto a la piromanía y otras artes que no vienen al caso-, la técnica de horadar el subsuelo.
Los bolardos están también alejados de ser instrumentos neutrales de la regulación del tráfico rodado. Influyen sobre todo en el tráfico peatonal, constituyendo un peligro para el viandante despistado y son un enemigo cierto de minusválidos, en especial de los ciegos y de todos los que precisan moverse con un carrito, sea infantil, de la compra, o el medio con el que se trata de superar un hándicap físico. Cuentan con otros aliados: las marquesinas, los postes publicitarios (y de otras categorías), los recoge-pilas, baldosas sueltas y todos los baches, agujeros y tapas de registro mal ajustadas o abiertas.
Los bolardos son la obsesión de todos los automovilistas, tanto de los que preteden aparcar reglamentaria como irreglamentariamente. Las huellas del golpe de esos nada pacíficos instrumentos contra aletas, puertas y parachoques están en todos los vehículos y son, desde luego, bienvenidas por los talleres de chapistería de la zona.
Parece que los bolardos sirven también para ayudar a las menguadas arcas municipales a obtener algunos ingresos extra, gracias al sobreprecio que ciertas empresas de mobiliario urbano o fundición están dispuestas a situar al margen del mercado y de las contabilidades sujetas a intervención, pero ese es otro cantar, y, en cualquier caso, AlSocaire tiene noticias del himno, pero no sabe la letra.
1 comentario
Guillermo Díaz -
Sólo por completar algo mas los usos del bolardo: También sirven a modo de asiento provisional de los jovencitos que se van de botellón, de urinario de perros incontinentes, de aparcamiento para bicicletas y por último de mecanismo muy adecuado para poner negro el dedo gordo del pié.
Quizá algún lector mas avispado encuentre otros usos.