Sobre las solteras
No pretendemos hacer creer que un estado civil determine una tipología de seres humanos, ni mucho menos que defina un carácter, pero resulta muy atractivo pretender el análisis de lo que hace peculiares a las solteras en nuestra sociedad.
No nos referiremos a todas las mujeres solteras, sino que delimitaremos este comentario a realizar una prospección sobre las circunstancias peculiares de las que tienen, en este momento, entre los cuarenta y los sesenta años. Han nacido entre los cuarenta y tantos y los sesenta y algo del siglo pasado, con la lógica flexibilidad para fijar las fronteras.
Son mujeres que, para empezar, parecen disfrutar de su situación, y, sin alardear de ello, ponen de manifiesto claramente su independencia cuando tienen ocasión. No están, ni mucho menos, rendidas a la ceremonia de la seducción, sino que se entregan a ella con peculiares ahincos. Como consumidoras, gastan mucho dinero en cremas, peluquerías, ropas, regalos que se hacen a sí mismas. Pero su objetivo no son los hombres (ni las mujeres), sino gustarse a ellas mismas.
Se equivocaría de medio a medio quien, venido de otras galaxias, imaginara que su soltería las hace inocentes de las artes amatorias, panolis en las actividades sexuales, vírgenes expuestas a que se las capte con cuatro zalamerías. Por el contrario, a poco que se las comprenda, lo que dejan intuir es que saben como nadie de noches desveladas, traiciones a otros amores, declaraciones a la luz de los alcoholes, mentiras de alcoba o despedidas ya de madrugada. No son obsexas, por supuesto, pero conocen lo que dan de sí los juegos de la cama, lo que son las lágrimas de rabia, las esperas inútiles, los gozos.
En el trabajo, normalmente se hacen imbatibles. No distinguen fines de semana de lunes por la noche, no hay quien les espere si ellas no quieren . Dicen lo que piensan a las claras. Les cantan las cuarenta y más alto a compañeros y compañeras. Tienen juicios sobre lo que habría que hacer o deshacer que rascan, desbaratan o conforman. No por ello las vemos destructivas, aunque será difícil venderles como bueno un jamelgo blanqueado. Eso sí, si alguien necesita que se cumpla el programa, que recurra a las solteras para que se encarguen de llevarlo a buen sitio. Puede que no caigan simpáticas, pero los otros sabrán porqué, a causa de los esqueletos que, como buenas observadoras, ven en los armarios.
No habiendo sido madres, son más duras para juzgar a los infantes, especialmente los que lucen bigotes y triquiñuelas de pasillo. No habiendo sido esposas, desconfían. Por haber sufrido como amantes, tienen una sonrisa algo cínica cuando se las piropea. Puede que estén esperando su momento. Puede también que lo que esperen es el momento de los otros.
(Hay un libro sobre las solteras, escrito por Bert Baeza, que anda por algunos kioskos y pocas librerías, y que deberían adquirir quienes quieran saber más sobre las solteras, esas mujeres de las que no se habla, y que algunos incompetentes siguen confundiendo con las solteronas de antaño, las tietas de Serrat: en seus genolls no duerme ningún gat castrat, sino la espléndida sorpresa que están dispuestas a desvelar solo a quien a ellas apetezca)
0 comentarios