Blogia
Al Socaire de El blog de Angel Arias

Inmigración

Sobre racismo e integración: Matar en Avilés

Matar es el nombre de un senegalés que llegó hace 4 años a España, en un cayuco. Hoy tiene una tienda de artesanía en Avilés (Asturias), está esperando un hijo de una española, habla casi perfectamente español, conoce y es apreciado por un montón de gente, y, sobre todo, es feliz y hace feliz a los que le rodean; su suegra dice de él que "es un encanto" y le prepara paellas, que es un plato "parecido a la cocina de allá".

Hemos descubierto a Matar gracias al programa de TVE1 "Destino España" (Extranjeros en España), que se emitió el 13 de septiembre de 2010. Es un joven alto, bien parecido, inquieto, jovial, inteligente.  Explicó algunas cosas de la  villa avilesina como si hubiera nacido allí, paseando su cuerpo de atleta vestido de colorines ("los españoles tienen vergüenza de vestir así") y saludando a diestro y siniestro.

Matar es un ejemplo de integración en corto plazo, pero lo es también de muchas otras cosas. Mientras algunos prefieren imaginar a los negros de Africa cubiertos con taparrabos y persiguiendo leones con una lanza por la pampa o se los encuentran simplemente como un obstáculo molesto en la acera con una alfombra de dvds pirateados, hay otras personas que se esfuerzan en ayudar a quienes han tomado la decisión de arriesgar su vida para venir a esta tierra prometida para ellos.

Aunque la cuestión principal no es qué hacer con los inmigrantes, vengan o no en cayucos, sean senegaleses, gitanos rumanos o ecuatorianos. El asunto es que, como demostró Matar y lo hacen miles de extranjeros ante nuestras narices, y lo han conseguido también miles de españoles por el mundo (hace siglos y hoy mismo), no hay situación de crisis suficientemente grave, no hay dificultades que sean insalvables, no hay situación de partida por desgraciada que sea que no pueda superarse, no hay obstáculo que pueda vencer la voluntad de triunfar de un hombre.

Matar, hace cuatro años, no tenía absolutamente nada. Llegó a una tierra en donde sus habitantes hablan de la crisis, del agotamiento del modelo, de paro y desilusión, y empezó una nueva vida en cuatro años con los mimbres del cesto que otros hubieran arrojado a la basura.

Senegal es uno de los países más atrasados de la Tierra. No es exactamente un país pobre: tiene recursos pesqueros, atractivo turístico, ingentes reservas de mineral de hierro (cuya explotación estaba sirviendo a Arcelor-Mittal para instalar allí una de las mayores siderúgicas del mundo, operación suspendida hace un año "debido a la crisis mundial").

Como otros países de Africa, Asia (Europa y América), sus mejores gentes solo necesitan que les devuelvan las cañas de pescar que les quitaron, y algún compansivo les enseñe a manejar los carretes y le presten algo de cebo que enganchar en el anzuelo de su imaginación. 

Sobre el futuro de Willies y Wallies

Uno de los presuntos piratas somalíes apresados en la brillante actuación militar española en aguas del Indico, se llama Cabdiweli Cabdullahi, alias "Abdu Willy".

Es el compi de un tal Raageesey (’Machote’), el otro sospechoso bucanero que abandonaba en una barquita, cargado con algunos dólares y varios teléfonos móviles, el pesquero español que había sido realmente apresado, y que llevaba el terrorífico nombre de "Alakrana".

En el atunero quedaba el resto de sus verosímiles compinches y empezaban a pasar un personal calvario 36 marineros que, hasta entonces, podrían haberse creído que el asunto se arreglaría pagando más o menos 1 millón de euros de rescate por el barco.

Como, después de completas pruebas oseométricas realizadas a Willy (el niño), se ha determinado que su edad, está comprendida entre 17 y 19 años, la Audiencia Nacional, se ha declarado incompetente para juzgarlo, por ser posiblemente menor de edad. La Fiscalía de Menores ordenará su puesta en libertad, en aplicación de la Ley de defensa del Menor.

Willy se unirá así, de tal hacerse, al conjunto de Wallies que pueblan ya nuestra geografía.

Estos Wallies (nombre que nos permitimos tomar de aquellas series de dibujos atiborrados de figuras en los que se pedía "Busca a Wally") son más fáciles de descubrir. No se ocultan, en realidad: los ocultamos los demás.

Son seres humanos fundamentalmente de raza negra, que andan a la carrera. No tienen domicilio conocido, y, para los más aclimatados a nuestro modo de vida, su oficio aparente es la venta. Venden falsificaciones, principalmente, de dvds, pañoletas y bolsos.

Han cambiado de selva. Aunque, en realidad, en el Africa profunda de donde provienen estos Wallies, hay más sequía que foresta. Han recalado en nuestra selva, supervivientes de un trayecto de centenares de kilómetros, en el que combinaron la marcha a pie, en patera y vehículo terreste. Tal vez han superado alambradas, carreras de obstáculos, golpes altos y bajos.

Tienen experiencia, si bien no la harán figurar en su currículo. Son jóvenes, hablan idiomas (chapurrean), tienen gran inteligencia emocional. Después de una temporada en un centro de acogida e indentificación, si no pueden ser devueltos a su país -¿lo tienen?-, han sido liberados por el nuestro. Suponemos que les han provisto de un bocata -¿jamón de york, o pollo?-, un par de euros y un papel sellado que atestiguará, a quien le interese, que carecen de identidad legal, pero no son ilegales propiamente hablando.

Por ahí andan. Con sus hatillos llenos de mentirijillas que no engañan a nadie. Jugando a policías y ladrones, cuando aparece la pasma. Por supuesto que correr no es lo único que saben hacer. Pero, por el momento, la única preocupación es sobrevivir. Algunos defienden un par de tramos de acera en donde animan con gestos a los conductores a aparcar su coche; se les puede dar una moneda para erradicar el temor a que, en otro caso, te rayen la chapa.

La leyenda cuenta que un par de ellos han sido fichados por el Real Madrid, o por alguna constructora, o trabajan de porteros de club de alterne. Aunque la mayoría viven de rebuscar en la mierda de los demás.

Hay mujeres, pero no se las ve en la calle. Puede que trabajen en un club de alterne  o se hayan hecho aún más trasparentes.

¿Dónde está su Wally?. En las noches, por algunos sitios de las ciudades, un grupo de fantasmas enciende hogueras para calentarse del frío o una lata de sardinas. Cuentan relatos de tierras prometidas en donde corren ríos de leche y miel, cantan al ritmo de tambores y acechan la llegada del alba.

Sobrevivir

El verbo sobrevivir tiene muchas acepciones, dependiendo del contexto en que se utilice la palabra.

El ejercicio de sobrevivir depende también del país y la circunstancia. Por ejemplo, no es lo mismo sobrevivir en Irak, Afganistán, Zimbawue, Tanzania, Honduras, Cuba o Venezuela que en Francia, Estados Unidos, Canadá o España. Por supuesto, tampoco es lo mismo sobrevivir en cada uno de esos países concretos.

En algunos, se sobrevive a atentados, bombas, guerras. En otros, a la falta de medios, a la miseria, a las enfermedades, a la hambruna. En aquél otro, se sobrevive soñando con días de libertad, con la boda del hijo, con la suerte que traerá la santera, la polla, el chamán o la devoción a un milagrero.

Hay quien juega a sobrevivir poniendo en riesgo su vida. Por ejemplo, los que se embarcan en una patera para tratar de llegar a una tierra prometida que no los quiere. Muchos morirán. Otros, se perderán en las sombras de la noche de la economía sumergida. Muy, muy honda. Lejos de nuestra sensibilidad.

Porque, cuando nos referimos a sobrevivir, pensamos en algo excepcional. Se sobrevive de un accidente en el que otros murieron o pudieron morir, de una visita a la uci después de un infarto masivo que ha puesto a prueba el desarrollo de la tecnología coronaria.

Se sobrevive también, por estas tierras, de pandemias y enfermedades más o menos imaginarias a las que se ponen nombres rimbombantes o exóticos: (gripe H1N1 o porcina, síndrome de Kreufel-Jacobs o de vacas locas, gripe aviar, etc.). También se sobrevive de las múltiples guerras que se ha querido provocar para limpiar la economía: Vietnam, Irak, Primera y Segunda guerra mundial, etc.

Sobreviviremos también a la crisis económica presente. Cómo, y a costa de qué, aún no está claro.

Sobre la contratación en origen de trabajadores

Como los políticos de nuestro país -y no son, por supuesto, los únicos- viven y opinan en la calle, ya que no tienen apenas tiempo para estudiar los temas, siendo las apariciones públicas el pan diario del que comen sus egos, resulta que, los que más aparecen en los media, suelen ser los que más se equivocan,

Al fin y al cabo, aunque sus seguidores y algunos periodistas se esfuercen en presentarlos como héroes y heroinas, combinación del rápido Apeles, los bellos Adonis o Galatea y del sabio Merlín, son seres humanos cuya falta de preparación, unida a la tensión emocional que deben soportar, son seres humanos y es propio de nuestra especie guiarse por los deseos, contradecirse en las opiniones y alardear de tener las soluciones cuando solo sabemos del problema.

El ministro de trabajo Corbacho ha dicho que "en esta coyuntura de crisis, y con 2,5 millones de parados, debe revisarse la contratación  de emigrantes en origen, que no tiene mucho sentido". Contradecía así a su secretaria de Estado, Luisa Fernanda Rudí, en lo manifestado hacía pocos días y, más peligroso, entraba en litigio con la posición oficial de la cúspide del Gobierno -el suyo- que ´sigue defendiendo que aquí apenas tenemos una gripe ecónómica y que los cuatro o cinco millones de inmigrantes son un sostén básico de nuestra economía.

La afirmación de Corbacho parece, sin embargo, sensata, aunque ya le han obligado a rectificar. Hay que parar el flujo de inmigrantes que han difundido en sus países de origen que esto es como La Tierra Prometida. No les estamos ofreciendo condiciones dignas, coberturas sociales adecuadas, y perspectivas de trabajo estables. Y, además, nos han generado un mal muy grave -eso sí, sin culpa alguna suya- que ha supuesto que la juventud española quiera entrar en el mercado de trabajo ya con copa y puro, como quien dice, y que a la primera de cambio, unos y otros, acudan a la seguridad social, prefiriendo cobrar el cupón del paro, y haciendo trabajitos extras bajo cuerda, que apechugar con lo que venga.

El problema del paro no se va a corregir cerrando los ojos a las realidades ni dando coscorrones a quien dice las verdades. Habrá que ponerse las botas de andar entre la mierda y poner orden en las cuadras del empleo. Todos los españoles tenemos el deber y el derecho de trabajar, y en un trabajo adecuado a nuestros conocimientos, situación y necesidades, para sostener dignamente a la familia. ¿O hay que cambiar algo?

Sobre la calidad de la inmigración como instrumento político

Los inmigrantes, en su mayoría, son gentes que en sus países de origen no tienen las ventajas y posibilidades que les ofrecen sus potenciales países de acogida. No pretendemos abundar en las verdades de Perogrullo, pero el que emigra está dispuesto a sacrificar algunas opciones de su país de origen a cambio de la incertidumbre que siempre produce tratar de incrustarse en una escala social en la que se le valora por debajo de su formación y actitudes.

Ignorar que un alto porcentaje de inmigrantes cambian estatus por dinero, sería cerrar los ojos a la realidad inmigratoria. Los que emigran son mejores que los que quedan: más valientes, más jóvenes, más entregados, mejor preparados.

Los países desarrollados, sobre todo, lo que necesitan, son trabajadores en los sectores y cualificaciones que los naturales del país ya no quieren: servicio doméstico, construcción no cualificada, dependientes de supermercado, camareros de hostelería a jornada partida, etc.

Pretender que los inmigrantes se integren en la realidad social de los países de acogida es un encomiable desideratum, pero resulta, en general, utópico. A medida que la formación del inmigrante aumenta (o se hace valer, porque no hay que olvidar que el efecto llamada y la posibilidad de los altos salarios del desarrollo hacen que muchos de los advenedizos tengan cualificaciones importantes), la resistencia a su integración aumenta.

Una correcta política de emigración exige, por tanto, el acuerdo entre los dos países, donante y receptor, de forma que se facilite el retorno de una parte sustancial de quienes han venido atraídos por la posibilidad de ahorrar unos dineros realizando unos trabajos que, en su país, a lo mejor, se avergonzarían de tener que realizar, pero que en el país receptor están muy bien remunerados relativamente.

Esa política leal exigiría, igualmente, las ayudas a la formación en origen, y la selección de aspirantes para difereciar entre los que vienen con deseos de integrarse y los que vienen con la voluntad de marcharse con sus ahorros. Por eso, la mejor ayuda que pudiera prestarse a los países en desarrollo es conseguir que los más cualificados se queden allá, dotándoles de equipos, prestaciones y estímulos a su cualificación, complementándola con la formación de los inmigrantes para que puedan retornar, con los dineros ahorrados, y con mejores perspectivas de ayudar al crecimiento de sus países de origen.

Sobre la inmigración, otra vez

El gobierno del presidente italiano Berlusconi prepara un decreto contra la inmigración. Tanto la vicepresidenta española, Fernández de la Vega, como el ministro de Trabajo e Inmigración, Corbacho, criticaron ásperamente la posible medida. En Nápoles, un campamento de rumanos fue arrasado a fuego y golpes hace un par de días.

Más leña al fuego: Varias personas, emigrantes de Mozambique, Zimbaue y otros países subsaharianos, han sido asesinadas antesdeayer en Sudáfrica, por turbas armadas que hicieron una incursión amedrentadora por los suburbios pobres y a las que, por los resultados, se les fue la mano.

Podemos rasgarnos las vestiduras, defender que esas actitudes no surgirán jamás entre nosotros. Ojalá, aunque ya es falso: de vez en cuando, se mata o vapulea a un inmigrante, a un desarraigado, a un drogata. Son subespecies de la misma "calaña". Así que, por si acaso, convendría ser más prudentes en nuestros juicios respecto a lo que otros pretenden legislar -especialmente si las medidas provienen de nuestros colegas comunitarios- y analizar con la debida serenidad nuestra posición respecto a la inmigración.

Para empezar nuestro razonamiento, creemos que la base que propicia la integración es exclusivamente la situación económica, tanto la del inmigrante como la del país receptor. Si el desplazado viene con dinero bajo el brazo -como inversor o como empleado dirigente de una multinacional- tendrá el camino expedito, y hasta se le reirán sus ocurrencias y perdonarán sus problemas linguisticos, para que no sufra con la adaptación

Si el desplazado viene con una mano delante y otra detrás, su integración será siempre difícil, se lo pondremos prácticamente imposible. Los pobres están mal vistos, aquí y ahora; allí y en todo tiempo. Pero es que, además, la aceptación de esta clase mayoritaria de inmigrantes al mundo laboral solo se hará entrando por los escalones más bajos de la pirámide social, y, casi siempre, haciéndoles caer en competencia ilegal o en condiciones de dumping con los asalariados locales. Que estarán dispuestos a protestar, claro, cuando vean que su pan corre peligro.

Las desigualdades entre los países y la globalización de la información están propiciando corrientes migratorias que no se van a detener ni con porras ni con leyes. El hambre mueve más que ningún otro acicate, destruye barreras, provoca revoluciones y sangre. Los países que proporcionan las masas migratorias son los países más pobres del planeta o, dentro de una zona económica, los que peor lo están pasando.

La conclusión es obvia: hay que ayudar a que los países con economías menos desarrolladas, alcancen el nivel de renta suficiente para que sus habitantes no necesiten desplazarse, arriesgándolo todo, para poder comer. Porque la mayoría de esos movimientos migratorios, se producen para mejorar el nivel de vida, sí, pero partiendo desde cero.

Podemos repatriar a los inmigrantes ilegales. Cuesta dinero (que habría que deducir de las cantidades destinadas a ayuda al desarrollo). Y volverán. Si no ellos, otros semejantes, sin importarles morir en el empeño. Hasta que el montón de cadáveres junto a nuestra ventana nos obligue a tomar una solución que, ahora, todavía podemos adoptar sin grandes traumas, entregándoles algo de lo que nos resulta, en verdad, superfluo, y que en sus manos se transformaría en lo imprescindible.

Y tampoco vendrá mal recordar un poco de historia respecto a la situación que se vivió cuando estos países, hoy exportadores de mano de obra, eran colonias europeas. Aunque haga daño a nuestra sensibilidad de pulcros herederos.

 

Sobre los inmigrantes: integración y xenofobia

Por supuesto, uno de los temas que deben plantearse en el debate electoral previo al 9 de marzo de 2008, en el que los españoles votaremos el Gobierno que preferiríamos para los próximos cuatro años de legislatura, es el de la inmigración.

No puede ser de otra forma en un país en el que hay en este momento censados más de 3,5 millones de extranjeros no comunitarios empadronados y que, relativo a su población total, muestra el porcentaje más alto de toda la Unión Europea - (8%), que tiene en total 18,5 millones de inmigrantes-, y cuyo número experimenta un incremento anual en torno a 500/600.000 personas. De este contingente, más de 1 millón no tiene permiso de residencia (y, por tanto, aún menos, de trabajo), estando únicamente empadronados. Un número incuantificado se encuentra sin identificar de ninguna forma.

Problema, desde luego, grave, para un país en el que, además, el debate interno sobre las nacionalidades, sus lenguas, indiosincrasias y culturas está sin resolver. Y para el que las voces de crisis económica se multiplican, aunque no se pongan de acuerdo con la intensidad de la recesión.

La aparición de un número muy alto de extranjeros en nuestro entorno se advierte por doquier, formando parte de nuestro "paisaje demográfico". Una parte sustancial de ellos se encuentran de forma regular, y, de entre ellos, son mayoría los que tienen  permiso de trabajo, aunque no son tantos los que cuentan con trabajo estable, ya que los inmigrantes integran el núcleo duro de la bolsa de precareidad laboral -con las consecuencias imaginables respecto a las prestaciones por desempleo-.

Un grupo singular del contingente, por su situación semi-regular, lo forman los rumanos, cuyo número oficialmente supera el medio millón y que, faltos de permiso de trabajo, se mueven a nivel de expectativa: son los que hacen picnics bajo los soportales o en los parques, aprecen en grupos animados discutiendo o hablando en voz alta, algunos piden en la calle o en el metro, y, ciertamente, se presentan a cualquier oferta laboral, ofreciéndose para incorporarse de inmediato, como ciudadanos comunitarios, aunque la moratoria les impide trabajar hasta 2009.

Ya dentro de los inmigrantes no comunitarios, aunque como incontrolados, se encuentran los grupos de subsaharianos, cuyo aspecto inconfundible se remarca con sus peculiares vestimentas, pues van ataviados con chándales deportivos, exhibiendo exultante juventud, y,  dada su situación de ciudadanos apátridas, deambulan por las ciudades, vendiendo Cds pirateados o productos falsificados con dudoso sabor a Africa auténtica. Su número crece, aunque su discreción es manifiesta, alimentado continuamente tanto por los ocupantes de pateras ilocalizadas, como por los distribuídos por la geografía española con un "vete con Dios, compañero, sálvate donde puedas".

Hay un contingente importante de marroquíes -segunda población inmigrante en importancia, después de los ecuatorianos-, que exhiben una capacidad mimética indudable, pues son capaces de aparecer y desaparecer según la oportunidad del momento, con encomiable resistencia a las adversidades, buen español por lo general, islámicos moderados, y cuya voluntad de trabajar les ha llevado a ocupar los puestos libres en la restauración y construccción, hoy sometidos a la dura competencia de los latinoamericanos, tal vez menos reivindicativos.

La población de mayor entidad es, hoy por hoy, la de los latinoamericanos y, dentro de ella, la de los ecuatorianos, seguidos por peruanos, brasileños (un gran número de ellos en economía sumergida), bolivianos y argentinos. Se les encuentra atendiendo en restaurantes, comercios al por mayor, cadenas de distribución-¿no son todas las dependientes de los hipermercados ya latinoamericanas?-, servicios en general.

Los hispanoamericanos no tienen especial preocupación por integrarse, porque no les hace falta: son bien recibidos por los españoles, con los que comparten lenguaje y simpatías, aunque en realidad, se les prefiere distantes: devalúan de inmediato los barrios que ocupan, pues no tienen problemas en vivir hacinados, comer barato, vestir con cuatro perras y armar bulla.

En la escolarización, los latinos y los marroquíes forman grupúsculos con tendencia a la rebeldía, la belicosidad y la automarginación; estudian poco. Como curiosidad, los servidores hispanos son los preferidos para conformar esas singulares parejas de hecho con ancianos con hándicaps: se les ve a él o a ella llevando en carrito o del brazo a los poseídos por el Alzheimer o la artrosis, en su paseo diario aprovechando las horas de sol.

¿Integración? No hay por qué engañarse. Para la mayor parte de ese contingente, es imposible e impretendido. Solo unos pocos lo lograrán, y no exactamente por resistencia de los receptores. Un extranjero que conoce bien las costumbres propias, que domina el idioma, es siempre bien recibido: necesitamos algo de exotismo controlado. Pero un extranjero que se mantiene en sus costumbres, que se distingue por sus hábitos y su automarginación, que no controla la lengua del pais de acogida, será siempre "el otro". De ahí también el grave problema de las mujeres islámicas, sometidas al yugo del varón y de su grupo, controladas en sus movimientos, veladas, incomunicadas con los nativos.

En Alsocaire creemos que la cuestión de la integración o no de los inmigrantes ha de discutirse sin visiones a priori. No hay una fórmula unversalmente válida, y no todos los extranjeros que acuden a nuestro país tienen las mismas intenciones y han de someterse a los mismos supuestos. Habrá que distinguir entre los que vienen para quedarse, y los que quieren volver, después de haberse aprovechado de nuestra necesidad en tiempos de bonanza.

No es xenofobia, no es posición de derechas ni de izquierdas, es puro pragmatismo. Como país de emigrantes, España debiera tener buen presente dónde se encuentran hoy los cientos de miles de personas que ayudaron al despegue de Alemania. ¿Se integraron? ¿Fueron aceptados? ...No, han vuelto, están aquí, de vuelta, con los demás. Han hecho algo de dinero, tienen cosas que contar, han percibido desde su perspectiva otra sociedad. Pero no son alemanes, claro. Que nadie nos cuente cuentos, por favor.

Sobre la inmigración ilegal y algunas consecuencias

Parecería que los poderes fácticos locales se han puesto de acuerdo, y los desalojos producidos en Cañada Real (Madrid) y en la barrriada del Bon Pastor (Barcelona), hubieran respondido a un propósito similar: despertar la conciencia colectiva sobre el problema de la inmigración ilegal, y sobre los asentamientos irregulares, levantando algunas ampollas en los sitios más inoportunos.

No es una cuestión reciente, sin embargo, aunque sí lo es su agudizamiento. En Cañada Real viven más de 40.000 personas, en una zona de dominio público esn la que está prohibido edificar, y algunas lo hacen desde décadas. Los casos de poblados irregulares, en los qeu se construyen, al más puro estlo tercemundista, chabolas y hasta palacetes, proliferan en España.

¿Razones o causas?. La falta de control, la tolerancia de situaciones no denunciadas ni atacadas ab initio (galpones, casetas de madera, tendejones de aperos, etc, que se van robusteciendo y adquieren carta de superior naturaleza; agrupaciones de desplazados junto a carreteras, ríos, acequias, afueras de poblaciones y lugares comunales o públicos; etc).

Ya recientemente, el descontrol en las aduanas -en las que el juego de la lotería de poder entrar en la tierra prometida sin permiso de residencia tiene muchos números con premio- , el fácil tránsito a través de una Unión Europea en la que han entrado nuevos páises con grandes masas de pobreza y desempleo, la presión de la hambruna africana sobre nuestra frágil y próxima costa mediterránea, ...

Hay que añadir, por supuesto, el efecto llamada sobre ecuatorianos, peruanos, bangladeshianos, pakistaníes, marroquíes, brasileños, etc, que ejerce la perspectiva de una fácil regularización y nuestro escaso control. Resulta, por demás, atractiva, la existencia de una permanente bolsa de dinero negro (economía sumergida, pues) en nuestro sistema económico-social, con miles de puestos de trabajo en construcción, camareros, servidores domésticoséstico, porterías, jardineros, pintores, chapucillas, etc. No hay que olvidar el crimen organizado y desorganizado, la facilidad para vivir de la limosna y cobijarse en la calle.

Nos parece que es imprescindible un control sistemático de todos los asentamientos ilegales, de todas las personas que están viviendo en España sin permiso de residencia y/o sin permiso de trabajo. Es un error repartir a los indocumentados subsaharianos por España, sin permitirles trabajar (teóricamente) y condenándolos a la transhumancia y a la mendicidad.

Tenemos un problema, obviamente. Y su dimensión actual, ni siquiera es la máxima que podrá adquirir, porque la burbuja crece y nos explotará en las manos si no ponemos un remedio. En el que, dado el esquema, todos los países de la Unión Europea han de tomar las mismas cartas en el asunto.

No necesitamos más mano de obra foránea, sino distribuir adecuadamente el trabajo y los rendimientos. Es imprescindible que, sometida a mejor control, nuestra economía se estabilice. Es necesario que la permisiva seguridad social controle mejor sus dispendios -demasiada subvención a parados multiempleados, excesivas prejubilaciones dañinas para el sistema, gastos en formación inadecuada por falta de orientación repsecto a las carencias del mundo laboral, etc-.

Porque, si no se pone coto, nos acabaremos convirtiendo en un país de pensionistas, desarraigados, ilegales, delincuentes contra la propiedad y corruptos de guante blanco. ¿O ya lo somos?