Los principios de la selección natural aplicados a la ética
Mantengo la sospecha infundada -esto es, que, en tanto sospecha, no consigo probar- de que la teoría de Darwin respecto a la evolución de las especies es una elucubración plagada de lagunas que solo la voluntad de creer en ella ha conseguido llenar de coherencia.
No es la resolución de tan compleja como estéril cuestión la que me intriga más, sino la de atisbar, al menos, cuáles son los principios de selección que, en lo que conocemos de la evolución de la especie humana, han determinado los actuales comportamientos de mis coetáneos.
Aún admitiendo que el período de presencia del hombre sobre la Tierra es demasiado reducido para extraer consecuencias sólidas, el más de medio millón de años en los que se ha venido operando, siguiendo a los evolucionistas, algún tipo de selección sobre nuestra especie, debería ser espacio temporal suficiente para atisbar algunas deducciones de hacia dónde se dirige la Humanidad.
Y estas son mis torpes y desoladoras conclusiones provisionales: la especie humana trata de desprenderse de la carga que (le) suponen los valores éticos. Es cierto que, hasta ahora, sin éxito completo.
Me resulta interesante reconocer que la cuestión ética está impresa, como elemento genético, en cada ser humano, y tiendo a admitir que lo que apreciamos en nosotros mismos no es sino un trasunto -no niego que más complejo- del mismo material del que está hecho el comportamiento básico en los demás animales.
Si asociamos la ética con los impulsos que nos llevarían a ser solidarios con el resto de los seres humanos, incluso a riesgo de subordinar la satisfacción de las necesidades individuales bajo las colectivas, su contrapunto sería el egoísmo absoluto, que preconizaría la importancia de la supervivencia individual aún a costa del sacrificio de los demás congéneres.
No me atrevo a explicitar las obvias consecuencias de este razonamiento, cuando compruebo empíricamente que los comportamientos predominantes propenden al egoismo, a su exaltación, al disfrute sin que importen las consecuencias, de lo que se tiene al alcance.
(Tampoco descarto la influencia de la componente de imbecilidad, si me atengo, por ejemplo (hay varios similares) a la pretendida justificación del causante de uno de los muchos incendios que han reducido en casi 200.000 Ha la superficie forestal de España en 2012: "Estábamos cazando, y prendimos fuego a unos matorrales para ahuyentar los conejos hacia nuestro lado")
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