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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los idiotas

Un grupo de jóvenes daneses se fingen idiotas. La justificación teórica de esa actividad, a la que se entregan con dedicación absoluta es "encontrar al idiota que todos llevamos dentro".

Pero en el desarrollo de la singular aventura, por la que se sumergen en varios circunstancias y peligros, reales y forzados, que ponen a prueba su capacidad de disimular que están teóricamente cuerdos, descubren -a ellos mismos y al espectador- muchas cosas.

Entre otras, que hay muchos tipos de idiotas, y que, incluso en su propio grupo, no todos los que se dicen sanos están realmente cuerdos ni es posible, para ellos mismos, diferenciar cuando fingen o cuando son ellos mismos. Aunque lo que causa más conmoción es advertir que el mundo exterior a los idiotas está plagado de incomprensión, oportunismo, desprecio.

El lector habrá seguramente reconocido el argumento de una de las mejores películas dirigidas por Lars von Trier, el fundador de Dogma, Los idiotas (Idioterne), 1998.

Es cierto que todos llevamos un idiota dentro, al que generalmente no nos atrevemos  a sacar a pasear, aunque algunos de los demás -los más sagaces- lo tienen bien detectado y, claro, lo utilizan.

Son tantos los ejemplos en los que se puede identificar el momento en que otros han echado mano de nuestra faceta de idiotas, aprovechándola, que resulta muy  simple elegir unos cuantos del tropel de momentos idiotas de nuestra vida, relación que cada uno podrá ampliar o cualificar como desee.

He aquí algunos:

En la ciudad, nos toman por idiotas muchas veces y muchas gentes: quienes hablan de ordenación del territorio y lo han desecho; quienes, exhibiendo la bolsita destinada a recoger teóricamente la caca de su perro, la dejan abandonada tranquilamente sobre la acera; quienes nos obligan a correr como locos al cruzar el paso cebra mal regulado para peatones; quienes organizan los autobuses de manera que siempre llegan dos seguidos, después de haber tenido que esperar una media hora; quienes toleran que haya aparcamiento en doble y triple fila ante ciertos locales y nos ponen prestos una multa por superar en diez minutos el tiempo máximo regulado...

Nos toman por idiotas los políticos, miles de veces. Idiotas por consentir que el concejal que ha pedido nuestro voto para cambiar el municipio, haya llenado de marquesinas y anuncios o columnas innecesarias las aceras, que nos impiden el paso y a él le habrán dispensado un sobresueldo. Idiotas por creernos que en los debates sobre el estado de la nación se argumenta sobre temas interesantes para la ciudadanía y que hayan sido estudiados por gentes competentes. Idiotas por suponer que los más capaces están dirigiendo las instituciones. Idiotas por aceptar que los funcionarios se rigen por la independencia y la neutralidad en sus decisiones.

Nos toman por idiotas al hablarnos de planificación y sostenibilidad y coordinación. Idiotas cuando aceptamos que ver a mandatarios y sus parejas reir a carcajadas, comer con cubierto de plata o darse palmaditas, soluciona auténticos problemas. Idiotas por pagar más impuestos de los que corresponde a la eficacia, por permitir que otros gasten más energía de la que tenemos, contaminen más de lo que deberían, y nos hagan contribuir más a los que más cuidado ponemos en contener el despilfarro.

Idiotas por pasar por alto cosas pequeñas y grandes, pero que nos afectan. Idiotas por no denunciar obras de renovación de pavimento que destruyen las de hace pocos  años, por admitir que por cada árbol caído van a plantar diez arbustitos, por aplaudir miles de decisiones que no se tiene intención de cumplir y que nadie va a comprobar si se han realizado.

Idiotas por no denunciar el deterioro académico imparable. Idiotas por no protestar porque cada año terminan su curso, con expedientes equivalentes, miles de estudiantes a los que nadie se ha preocupado de enseñar algo realmente útil, ni diferenciar con puntuaciones certeras sus diferentes actitudes. Idiotas por unas negociaciones amparadas en unos téoricos acuerdos de Bolonia que están sirviendo para hundir más a la Universidad, y amparar el servilismo, el caciquismo y la injusticia.

Idiotas por creernos que los pagos realizados durante decenas a la seguridad social o a los planes de pensiones van a servirnos para tener una vejez descansada.

Idiotas por soportar el ruido infernal, a cualquier hora, de las ciudades, por obras de remodelación de chalets y pisos de lujo que hacen vecinos desconocidos que no sabemos en qué diablos trabajan ni cómo habrán conseguido su dinero ni, por supuesto, porqué no pagan los impuestos que les corresponden.  

Idiotas por mantener el negocio de clínicas privadas en donde personal médico sin escrúpulos cobra honorarios de fantasía por practicar una medicina de salón, compatibilizándola con el uso de los equipos públicos si se presenta cualquier contratiempo a sus pacientes clientes.

Idiotas por no decir tajantemente al compañero de la oficina que nos habla de los últimos fichajes de su equipo preferido que no nos interesa el cuento lo más mínimo y que sospechamos que su estado mental es muy deficiente.

Idiotas por confiar en que la chica que toma un refresco junto a nosotros en la barra del bar se ha fijado en nosotros.

Idiotas por esperar la llamada de nuestros hijos sin decidirnos a llamar nosotros primero para ver cómo se encuentran.

Idiotas por creer que Camps es la cumbre de la corrupción del Partido Popular y no un ingenuo al que le han tendido una trampa.

Idiotas por creer que el PSOE (y en los demás partidos) no cuecen las mismas habas, y más por desechar la sospecha de que todos los partidos se apoyan en ocultar lo que saben de las debilidades de los miembros del contrario, para defender las de los suyos.

Idiotas...

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