El Club de la Tragedia: Por la cultura
Ocho bomberos de Mieres, a principios de julio de 2012, decidieron mostrarse en pelota picada para protestar por los recortes de sueldo que se les habían practicado. Continuaban así con una práctica que tiene ya una larga tradición en nuestro país, pues, contrariamente a lo que se piensa, no responde a una adaptación casera de la película "Full Monty".
Mostrarse físicamente desnudo para llamar la atención sobre lo mal que la vida ha tratado a uno (o a casi todos) es, por supuesto, menos drástico que quemarse a lo bonzo, e, incluso, sin afectar al desequilibrio físico o síquico, consigue un mensaje parecido al de encerrarse en el interior de una mina, para lo que no hace falta embarcarse en una huelga de hambre, siempre de incierto final.
En una primera interpretación de estos y otros actos en los que se reflejan aspectos del descontento imperante, se puede caer en la tentación de verlos, simplemente, como una muestra de egoísmo corporativo: los exhibicionistas (en cueros o en abrigo, con cascos o en careta) nos reclaman fijarnos en lo suyo, por lo que colocan el asterisco sobre su situación y no sobre la general.
De todas las exhibiciones que sirven para pedir que "se arregle lo mío", la de enseñar los culos me parece, no ya la más pacífica, sino la más acorde. Muy diferente despelotarse a, pretendiendo lo mismo, quemar neumáticos, disparar metralla con bazokas, asaltar una sucursal bancaria o convertir en rehenes a inocentes que pretenden viajar de vacaciones.
Todas estas acciones son indicación de hechos culturales y, por tanto, son cultura. No pretendo con esta afirmación hacer de provocador, en absoluto, sino seguir la senda que en el mundo específico del arte lleva ya tiempo iniciada: es la intención y no el resultado lo que cuenta.
Si alguien, por ejemplo, tiene el propósito de pintar un cuadro, aunque sea la primera vez (y acaso la última) que tome los pinceles, lo conseguido será, con mucha probabilidad, no solamente un adefesio, una aberración pictórica, sino, ante todo, una obra de arte. ¡Cuántas veces, al visitar una exposición de los sedicentes "artistas de vanguardia" no hemos tenido la impresión, no ya de que hubiéramos sido capaces de hacer lo mismo, sino que no nos hubiéramos atrevido jamás a mostrarlo en público!
Un grupo importante de representantes del "mundo de la cultura" se manifestaron, a finales del mismo mes de julio que puso a los bomberos mierenses en primera página, en contra de la subida del iva, que coloca a España a la cabeza de los países europeos que penalizan la exhibición organizada de las expresiones artísticas y literarias.
Pretenden creativos, actores, cómicos y otras gentes que quieren vivir de la cultura, que se la está matando. Discrepo algo. La cultura no se puede matar, porque ya no será posible renunciar a ver cultura en todo lo que hace el ser humano, desde la mierda del artista a los peces mal disecados, desde un trozo de árbol pintarrajeado a un papel en blanco.
Lo que se está consiguiendo es otra cosa: dificultar que se pueda vivir por el esfuerzo solitario de pretender crear sin contar con que la publicidad le pondrá el mérito; dificultar que se pueda cobrar por la reelaboración, representación, escenografía y perfeccionamiento de lo creado, facilitando, en sentido inverso, la improvisación, la vulgaridad y, sobre todo, lo trivial, lo superfluo, lo que no reclame espacio mental para que el destinatario piense, convenciéndole de que es cultura todo lo que engulle y no bazofia que le engorda sin músculo.
#Por la cultura. Por la que cuesta generar, reproducir, representar. Por la que nos hace disfrutar, por supuesto, pero, sobre todo, nos ayuda a entender, nos estimula y provoca, y nos hace un poco mejores, más críticos, también, por ello, más creativos y, por lo mismo, más humildes ante los que han perfeccionado sus cualidades y menos contemporizadores con las que no las tienen ni las aprecian.
Y, antes incluso de firmar mi adhesión al movimiento "#Por la cultura", me adscribo a una petición que, me temo, cuenta aún con menos adeptos: #Por la cordura.
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