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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Ingenieria para Abogados y Economistas. Medio ambiente (Anexo sobre Contaminación agrícola)

La problemática de la producción agropecuaria es especialmente compleja, por lo que los responsables políticos tienden a obviar abordar las soluciones nucleares, prefiriendo moverse por las ramas, adoptando medidas marginales.

Hay poderosas razones, claro está, para actuar así, cuando se hace con la mente puesta en lo inmediato: La explotación del campo y la ganadería afecta a muchas personas, -dedicadas a producciones esenciales para la comunidad, con economías débiles, en ubicaciones con centros de decisión dispersos y, por tabto, difíciles de controlar-, aunque siempre dispuestas a defender sus derechos con protestas masivas.

En el campo ambiental, las características de la producción agropecuaria y su entorno no son siempre reconocidas. Ante todo, el suelo, que es el medio básico sobre el que se centra la producción, es muy heterogéneo y la extensión afectada por las explotaciones agrarias no está delimitada, a diferencia del caso de una fábrica o una instalación industrial (1), en el que el recinto está perfectamente acotado y se pueden controlar muy aceptablemente las entradas y salidas a los procesos, cuantificando así con exactitud la influencia contaminante del agente analizado.

No quedan en esto las diferencias, puesto que así como en una fábrica se pueden mantener bajo control las variables del proceso (al menos, eso se debe pretender), en el campo, la producción está permanentemente expuesta a cambios climáticos que pueden modificar, incluso bruscamente, las expectativas y las condiciones de trabajo. Finalmente, así como la cuenta de resultados de una empresa industrial es fácil de analizar -permitiendo así estudiar el efecto de la introducción de las externalidades en las mismas, y graduar su intensidad-, los productores agrarios no tienen la misma capacidad de absorción de esos costes, ya que una buena parte de su producción está controlada por precios oficiales y no es posible trasladarlos a los consumidores.

Se llega así a una situación paradógica. Tomando el caso de España, el mayor consumidor de agua del país (80%), el campo, no puede pagar, ni de lejos, el precio que abonan los consumidores de agua en las ciudades, por lo que los costes para el agricultor -incluso si es una gran empresa agrícola- son simbólicos. 

Y, aunque se puede argumentar que el agricultor no demanda la misma calidad del agua que el que se exige para garantizar una ingesta inocua del agua de grifo, cuando se contempla el ciclo completo del agua (es decir, incluyendo el tratamiento de las aguas residuales), la eliminación de la contaminación provocada por el uso de pesticidas y fertilizantes agrarios en el agua y en el suelo especialmente, nos lleva a efectos muy graves, extraordinariamente difuminados y, no pocas veces, impredecibles. Dándose el caso, además, de que el campo utiliza muy frecuentemente, por no estar separados los canales de captación y distribución de agua para consumo o para uso agrícola, agua con calidad de potable, pero disfrutándola a un precio diez veces más barato.(2)

(continuará)

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(1) El caso de las explotaciones ganaderas intensivas, ya sean granjas avícolas, porcinas, vaquerías, o de animales exóticos, merecería especial atención, como muy bien estarían de inmediato dispuestos a reconocer quien las padecen en sus proximidades (aunque seguramente se concentrarían, sesgadamente, en los olores).

(2) El precio medio del ciclo del agua para uso doméstico está, en España, en torno a los 1,3 €/m3; el coste del agua agrícola varía desde 0 a 0,10/0,15 €/m3.

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