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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Ingenieria para Abogados y Economistas. Medio ambiente (y 4)

La apreciación emocional del estado del ambiente es típicamente personal y, por lo tanto, todo el mundo puede conceder valor a un "buen paisaje", o a una "atmósfera limpia", aunque no sea capaz de entrar en detalles respecto a la cuantificación de los parámetros que permitirían, desde una perspectiva exclusivamente técnica y, por tanto, más objetiva, su calificación de acuerdo con estándares generales y medidas numéricas.

Como resultado de esa percepción intuitiva, sentimental, de las características detectables individualmente, también es subjetiva y, por tanto, variable e incluenciada por la trayectoria educacional que hayan seguido los sentidos de cada uno, la sensación de disfrute o padecimiento de unas condiciones ambientales determinadas. Se puede vivir al lado de un vertedero de residuos sólidos urbanos, y no percibir el olor nauseabundo; por el contrario, hay individuos que han educado su pituitaria para distinguir entre un Chateau-Lafite de 1987 y otro del 1984 o que no toleran el sabor a cloro del agua "de la traída" (que es como llamamos los técnicos sanitarios al agua del grifo); y el olor a azmicle puede resultar embriagador para algunos y perturbador para otros.

Pero si estamos influidos por un ambiente cocnreto -nuestro hábitat- y nos hemos ido acomodando a él, no por ello estamos libres de incorporar elementos afectivos cuando nos los ofrecen desde fuera, aún sin tener capacidad para analizar sus consecuencias, sobre todo, si no nos afectan directamente.

Estaremos, por lo tanto, dispuestos a condenar de inmediato la energía nuclear de fisión -pero podríamos desear tener un centro de almacenaje de residuos radioactivos o una central nuclear si se nos ofrecen sustanciales ventajas económicas que nos permitieran abandonar el lugar al cabo de un tiempo, pediríamos el cierre inmediato de las minas a cielo abierto que nos proporcionan o proporcionarían puestos de trabajo local, capitaneados por un grupito de ecologistas de ciudad, o defenderíamos a muerte la recuperación de un botadero sin control en el que se han depositado las basuras de la zona durante décadas y en el que hace un par de días abadonamos una vieja lavadora.

Estas cuestiones y otras muchas convierten los temas ambientales en tremendamente temperamentales, desde la perspectiva social y sometidos a la doble moral de una sociedad poco escrupulosa, pero hay una constante que suele olvidarse: las medidas para conservación y tratamiento de los parámetros ambientales y, no en menor medida, para la recuperación del ambiente deteriorado, son típicamente técnicas. Y las mejores técnicas disponibles son, prácticamente de forma recurrente, las más caras y las que demandan menor cantidad de mano de obra, particularmente, de la no cualificada.

Los AES, cuando actúan como responsables de la gestión pública o como asesores de los que tienen ese carácter, tienden, en especial, cuando son novatos, a propiciar debates y foros generales, en donde se opina acerca de lo más conveniente, con la idea de que cada ciudadano tenga un voto. Pero la democracia no funciona en temas ambientales, porque todos somos ambientalistas conceptuales, solo que nos falla la capacidad técnica para decidir las propuestas convenientes para resolver los problemas, y, por tanto, ya que lo económico es una fase posterior, carecemos de la información para evaluar su coste.

Si, además, empezando la casa por el tejado, se pretende (como suele suceder) empezar creando legislación ambiental, sin saber ni lo que va a costar ni las medidas técnicas precisas para alcanzar los niveles previstos por las normas jurídicas, todo el edificio se habrá sustentado sobre una base tan frágil que podrá decirse, sin temor, que estará condenado a caer estrepitosamente, generando lo contrario a lo perseguido: más deterioro, más infracción, abandono de instalaciones y fábricas por pasar a ser irrentables, y, en fin, menos ingresos y más paro.

La situación específica creada en el seno de la Unión Europea, en la que los niveles de desarrollo y las sensibilidades individuales (y la formación de opinión social sobre los temas) es muy diferente, ha dado lugar, cuanto menos, a dos corrientes ambientalistas. Por un lado, el propiciado por el núcleo central germano-francés, con un desarrollo tecnológico mayor y una estructura económica más sólida, apoyada en empresas multinacionales versátiles, y por otro, el eje pobre mediterráneo, con un menor desarrollo, aunque -o seguramente por eso-, con un entorno ambiental menos contaminado.

La legislación europea -sobre todo, por la vía aparentemente inocente de las Directivas- cumple una función depredadora sobre las economías más débiles de la UE, con orientaciones normativas que imponen mayores costes a las naciones menos desarrolladas, haciéndoles perder competividad, tanto interna como, en lo que importa en un mundo globalizado en el que cuenta la capacidad de deslocalización, externa.

He trasladado al Anexo el tratamiento de algunos ejemplos de tratamiento ambiental, desde la perspectiva técnica, tratando de aclarar estas consideraciones, tantas veces descuidadas por nuestros propios representantes en las organizaciones internacionales, que, motivados por posiciones ecologistas -respetables, pero económicamente nada inocuas-, aparecen como los paladines y defensores acérrimos de medidas de protección ambiental.

Una situación que nos podrá consolidar como un neo-paraíso para disfrute de turistas extranjeros económicamente poderosos, pero nos hunden más en la condición de lumpen particular de una Unión dominada por los intereses comerciales. 

 

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