Ingenieria para Abogados y Economistas. Medio ambiente (3)
Reconocida la cuestión ambiental, actualmente, como una de las preocupaciones mayores de la humanidad y siendo sus dos cimas sobresalientes: a) la reducción de la producción de los "gases con efecto invernadero" y b), dada la destrucción y el deterioro de muchos hábitats, la recuperación o mantenimiento de una biodiversidad aceptable, en ambas debería, a priori, concentrarse la atención respecto a las medidas precisas para corregir la situación .
El problema parecería reducido, en fin, a evaluar las medidas correctoras, decidir el reparto y aportación de los fondos necesarios y repartir las responsabilidades, con el objetivo claro de atajarlo de inmediato.
No es en absoluto así.
Los países tecnológicamente más desarrollados no están dispuestos a reducir drásticamente su nivel de consumo del ambiente y los países con menos infraestructura técnica -coincidente con mayores niveles de calidad ambiental y biológica- exigen fuertes compensaciones si deben renunciar a su turno en la mesa del consumo de los productos que ha puesto la naturaleza en su territorio (fundamentalmente, minerales y piedras, árboles y naturaleza, aguas, tierras, aire y algunos animales, todos ellos convertidos en "valiosos", en opinión de los mercados).
No es, fundamentalmente, una cuestión jurídica ni económica: la contención y recuperación del deterioro ambiental es, nadie lo discutirá, multidisciplinar, pero la aportación de soluciones apunta, sobre todo, al lado de la técnica. Porque nos encontramos en una sociedad que ha enfocado su disfrute en la posesión de múltiples artilugios tecnológicos -cuantos más, mejor- y, además, de propiedad individual -tendencia al goce solitario, que garantiza impunidad y anonimato-, y de rápida obsolescencia (real o forzada por los fabricantes).
El conflicto ambiental es inherente al momento en que se encuentra nuestro desarrollo como Humanidad. En los países en donde la "concienciación ambiental" está más desarrollada, la incorporación de las Declaraciones de Impacto Ambiental (DIA), con este u otros nombres parecidos, para conseguir la aprobación administrativa de proyectos y procedimientos y, en general, la apertura hacia el debate público de cualquier tipo de actuación técnica sobre la naturaleza, ha puesto de manifiesto las graves contradicciones a que nos ha conducido la dependencia de los recursos naturales con la búsqueda de una sensación de bienestar que se ha puesto tecnológicamente al alcance de miles de millones de personas.
Nos hemos hecho una idea personal de lo que es "disfrutar de la vida" que es tecnológica y en la que la valoración de lo que cuesta en externalidades a la humanidad, a la colectividad propia o a otros países, producir esos artilugios o la obligación teórica de respetar una complejidad de leyes incomprensibles para el lego, no son impedimentos para lanzarnos, ciegamente, al mundo del consumo.
La construcción de la argumentación es, sencillamente: "Lo quiero para mí, y no es de mi incumbencia si su producción provoca daños lejos de mi vista; esa responsabilidad es de otros". Una combinación de los efectos nimby, banana y un escenario propio de una obra teatral de Alejandro Casona, por supuesto, ya olvidada, que se llama "La barca sin pescador".
Dejando de momento a un lado la cuestión de decidir qué tipo de proyectos deben someterse a Evaluación Ambiental, y cuáles serían las condiciones que habrían de imponérseles para que obtuvieran su aprobación o rechazo (vinculadas, en principio, al concepto impreciso de Mejores Técnicas Disponibles), es imprescindible tener en cuenta que el análisis de los efectos de la introducción en el medio -agua, aire, tierra- de un agente contaminante implica la modelización físico-matemática de su difusión en él.
Encontrar una expresión matemática que caracterice el sistema no es sencillo, aunque generalmente se utilizan expresiones algebraicas o ecuaciones diferenciales simples, que permiten estudiar de manera simplificada la difusión del agente contaminante en el medio.
La más común es del tipo: dC/dt = kC, que expresa que la velocidad de difusión de la contaminación, o sea, la variación de la concentración de la contaminación (C) con el tiempo, mantiene una relación constante (que es k, tasa de crecimiento por unidad de tiempo) con la Contaminación que produzca la fuente (supuesta, en este caso, función exclusiva del tiempo).
En bastantes casos, para no complicarse la vida, se suele adoptar para la Contaminación la forma exponencial: C(t) = Co e exp kt, siendo Co la concentración inicial; pero la concentración de contaminación es, también, una función de la posición en la que se mida ésta, cuestión clave en el caso de que el medio sea un fluido (agua) o gaseoso (atmósfera), lo que obliga a considerar los gradientes (o variaciones) de contaminación en cada dirección, las velocidades de transporte de la masa a través del medio, etc., hablándose entonces de difusiones advectivas, moleculares o turbulentas.
(continuará)
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