Sobre las cosas de familia
Ya se sabe que, como el cariño de la familia, no hay nada. Nos referimos a la familia natural y, dentro de ella, la troncal, aquella que forman los padres, hermanos, hijos y abuelos.
Las madres, sobre todo, tienen un apego incontrovertible a lo que han generado en su ser, que en el caso de los progenitores varones no siempre alcanza las mismas cotas; los romanos consiguieron recoger la idea en un aforismo en latín, lo que tiene su mérito (por lo del aforismo, no por el idioma en el que está expreso): mater semper certa est.
Esta frase apodíptica no tiene mucho que ver, aunque lo parezca, con el dicho castellano de que "madre no hay más que una", que implica apreciar la misma situación, pero desde otro ángulo del árbol genealógico.
En algunas poblaciones del sur de Italia y de la zona oeste de Estados Unidos y con relación a ciertos negocios -que no solo son asquerosos porque tengan que ver con la basura-, se habla de La Familia, pero esa es de otro pelaje, no genético, sino de conveniencia.
En la sociedad española, que valora la transparencia, las sociedades secretas están informalmente prohibidas, y los intereses se defienden mediante grupos de presión, sociedades gastronómicas, religiosas o filantrópicas y, por supuesto, grupos de opinión y partidos políticos, todos ellos, actuando a la luz del día.
Por cierto, los partidos políticos se acostumbran a identificar con "familias", como reflejo de la estrecha unión entre sus miembros, si bien la relación es más mística que física (aunque también hay algunos casos de la segunda).
Hoy día, en España, está en boca de todos que la "familia socialista" se encuentra en trance de descomposición. En realidad, se halla a punto de alumbrar varias facciones, y los partos múltiples en un partido político anuncian peligro de extinción. No hace falta mucho talento para pronosticar que algunas decenas de miles que no votaron a los candidatos del PSOE en las últimas elecciones confían que una de ellas se consolide como partido progresista, sin condicionantes personales ni históricos, ni ideológicos.
Hay familias desestructuradas y familias mal avenidas, desde luego, que ya se sabe que hay familias y familias. Pero lo normal es que una familia actúe como una piña, seguramente porque, en tanto que una rama desgajada del árbol de los primates, la defensa instintiva ante los deprededadores es agruparse. Ante el peligro exterior, renir las huestes.
Las familias suelen llevar el mismo apellido y, si este es común (lo que es muy común en España, valga la aparente redundancia), se sustituye por el de una población, un mote, o una casa. Los interesados, para evitar confusiones, hablan de "mi familia", para distinguirla de la "familia política".
La familia propia puede extenderse en ocasiones, incluyendo hasta primos lejanos. Si hay alguien importante, que destaque en un momento dado, se puede incorporar como de la familia a primos terceros y hasta a gentes que apenas si tendrán un par de gotas de sangre común. "¿Qué me vas a decir? El director de personal es de mi familia".
Existe una modalidad que es ser "como de la familia", lo que se produce, en general, en relación con algún contubernio, pero no únicamente. Entre vecinos de la misma casa, se puede encontrar personas que son como de la familia, porque se prestan de vez en cuando un huevo o el cacillo de la sal; solo que, si por un casual, al del quinto le da por acuchillar a su pareja, declararán a la policía judicial (no a la prensa) que no se conocían de nada.
La familia está actualmente en descomposición o, cuanto menos, en peligro. Hay familias incluso monoparentales cuyo origen es un combinación de circunstancias, desde la existencia de los primeros minijobs, la emancipación de la mujer y lo fácil que está comprarse la comida hecha en el super. Ya no se ven familias numerosas (en estos predios; en los emiratos y en los países vinculados a la miseria siguen estando de moda), aquellas que ocupaban dos o tres filas de la iglesia en la misa de doce del domingo; ahora en las iglesias lo que se ven son ancianos que están lo bastante bien todavía para que sus hijos no los recluyan en un asilo.
No deja de ser notable que algunas de las familias más importantes sean consideradas por algunos estudiosos como imaginarias: La Sagrada Familia y las Familias reales son ejemplos típicos. La composición de la primera es, sin entrar en mayores disquisiciones, no es, contra lo que pudiera parecer, inhabitual, según estudios realizados por sociólogos. Respecto a las Familias reales, su característica diferenciadora consiste en tener sangre azul, lo que, según hemos leído, solo tienen algunos miembros de la Familia real española.
Por cierto, y escribiendo sobre Familias: S.M. El Rey, en su habitual discurso de la noche de Navidad, ha introducido una variante. Ha precisado con ella, utilizando el lenguaje peculiarmente ambiguo de la institución, una precisión respecto al alcance de su propia familia que, a expensas de lo que decidan los jueces, se ha visto, lamentablemente, aunque esperamos que sea por poco tiempo, reducida.
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