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Al Socaire de El blog de Angel Arias

En relación con el periodismo ciudadano

La facilidad con que, gracias a las nuevas tecnologías de comunicación, puede difundirse cualquier contenido, en un ámbito imprevisible, y sin más control que el de quien lo genera, configura, desde luego, un escenario de posibilidades hace poco ni imaginables.

Un instrumento con tal potencia, facilidad de uso y versatilidad ha arrastrado también  el debate sobre los límites a su utilización irresponsable, que vengan establecidos por criterios deontológicos, económicos, sociales o... jurídicos.

La valoración de los contenidos y el alcance que se ha dado a los mismos es una cuestión que no puede desligrarse, por intrínseca, a las consecuencias que implica el acceso abierto, indiscriminado y potencialmente lesivo a una herramienta que, como todas, en sí misma es neutra, pero a la que la voluntad humana puede hacer tanto muy útil como muy dañina.

La Fundación Telefónica ha subvencionado un libro, con el título de "Periodismo ciudadano: Evolución positiva de la comunicación", cuyos autores y coordinadores principales son Oscar Espiritusanto (periodismociudadano.com) y Paula Gonzalo Rodríguez, en el que participaron también algunos de los protagonistas y estudiosos de ese fenómeno mediático que, en España al menos, y gracias a la imaginación y esfuerzo del primero de los citados, se reconoce como "periodismo ciudadano".

El libro fue presentado en un acto organizado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el 28 de noviembre de 2011, en uno de los salones de la entidad, abarrotado de un público en el que -ante acontecimientos de esta naturaleza, -sobre todo si son seguidos, como fue el caso, de un cóctel-, nunca falta una representación ya clásica de webmaster, blogueros, tuiteros, linkedineros, periodistas de carrera o aficionados con mérito, telecos y abogados especialistas en cuestiones de información y, en fin, interesados y actores en el mundo de la comunicación por internet.

A los asistentes se nos regaló el libro, cuya lectura recomendamos. Contiene un conjunto de visiones -sinceras, desde ángulos heterogéneos y, por lo tanto, dispares pero atractivos- respecto al tema. Alguno de los autores presentes en el acto glosó su contribución a la muestra, ofreciendo así un retazo sesgado del texto, pero sirviendo material para un debate posterior en el que, como suele suceder cuando el coloquio se produce con intervenciones de quienes no han leído el libro, los que tomaron la palabra propendieron a hablar de lo suyo.

A nosotros, defensores de la democracia participativa y de la difusión de la información con base en la transparencia, nos preocupa -y reconocemos que cada vez más- que la facilidad para que todo el mundo, de forma incluso anónima, se convierta en comunicador de lo que le apetezca, aprovechando para difundir su mensaje un instrumento tan potente, genere una distorsión aberrante de la realidad y sus contenidos objetivos, convirtiéndose en un elemento más de intoxicación, en lugar de servir a la mejora de la calidad de la información.

Este temor no es infundado, sino real. Como es sabido, cualquier persona, provista de un móvil y con acceso a la red puede convertirse en "periodista ciudadano", ocasional o sistemático. De hecho, es perfectamente imaginable que, en corto espacio de tiempo, toda la población mundial -al menos, un porcentaje muy alto de ella-, puedan sentirse generadores de "noticias", las protagonicen o no, independientemente de que sean reales o no, y sin que pueda detectarse la intención subyacente, ni acreditarse la responsabilidad para su actuación.

Planteada la cuestión de esta forma, la cuestión central a valorar es la recuperación, en ese contexto de las telecomunicaciones, de los criterios de objetividad, responsabilidad y, no en última instancia, autoridad de quien genera la información y el comentario, que están presentes en el periodismo profesional, amparados por el derecho a la libertad de expresión pero protegida la difamación o exigida la responsabilidad al informante, sustentada en otros derechos y deberes, algunos con rango de derecho fundamental.

La construcción de estos elementos de jerarquización y responsabilidad está todavía en pañales en la red y, por tanto, dada la banalización de la sociedad contemporánea, estamos asistiendo a una creciente intoxicación de contenidos, compatible, desde luego, con el notable esfuerzo, y muy loable, de muchos informadores a pie de campo que proporcionan su visión de la realidad que les toca vivir, ayudando a que se difunda lo que a lo mejor se hubiera querido mantener oculto por otros intereses más poderosos económica o políticamente.

La democracia en la red, en definitiva, también precisa de una ordenación de criterios, de un cierto orden y reglas, para evitar que devenga en algarabía. No parece sencillo, pero se nos antoja imprescindible.

En el prólogo del libro, Howard Rheinhold, profesor de la Universidad de Stanford, planea sobre esta exigencia, cuando concluye: "El desafío no consiste solo en mantenerse al día con las nuevas tecnologías. El desafío, para los profesionales y aficionados, consiste en entender la importancia de la búsqueda de la verdad a la hora de informar acerca de una noticia y el papel fundamental del periodismo en la democracia".

Una cuestión a la que, lo pretendiera o no, Antonio Fumero responde unas cuantas páginas más adelante, con sus atinadas reflexiones sobre si "puede ser un negocio el periodismo ciudadano, y la ciudadanía", quien -con una perspicacia algo densa en exposición, pero con estupendos fundamentos reales- venía a demostrar la difícil rentabilidad económica de lo que estaba tan claro para David Cohn (la cita es de Fumero): "El periodismo es un proceso, no un producto".

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