Sobre la curva de generación de empleo en el sector de energías renovables
Se ha convertido en un lugar común, repetido hasta la saciedad en los foros tecnológicos como económicos en los que concurren empresarios, representantes de la Administración y valedores del ambiente, que las energías alternativas -eólica, solar fotovoltaica y térmica, biomasa, etc.- generan empleo.
Nosotros no defendemos lo contrario, pero si pedimos claridad en la valoración de esta delicada premisa. Porque todas las empresas que trabajan en un sector tecnológico ven su evolución sometida a una curva inexorable: la curva de madurez del negocio, que, en tasa de generación de empleo, se traduce en una "curva de la bañera" peculiar, que se acaba vaciando con el paso del tiempo.
Al principio, un sector emergente atractivo genera, por efecto llamada, una sorprendente tasa de actividad: se crean muchas empresas de pequeño tamaño, que solicitan profesionales de todos los niveles formativos (o los educan ellas mismas con las cuatro reglas de la tecnología), con lo que se produce la sensación de que la tecnología entra en efervescencia (euforia del nasciturus); en poco tiempo, la mayor parte de las empresas mueren (fracasan) o son absorbidas por otras que alcanzaron una potencia superior (generalmente, en el caso español y de países intermedios, extranjeras, con sede en países más avanzados técnicamente y más solventes en lo económico), con lo que la tasa de creación de empleo se estabiliza durante un cierto tiempo -mientras se absorbe el mercado local y se establecen algunos vínculos hacia la exportación-; es el período de calma del maduro.
Lamentablemente, por agotamiento el mercado propio, la situación no puede mantenerse. Es el momento del declinar del héroe, equivalente a la crisis biológica del padre, o a la muerte del galán enardecido por la actividad sexual incontrolada, bastante común en las especies animales.
La supervivencia de las empresas más eficaces les obliga a buscar mercado en la exportación, que supone, sistemáticamente, la obligación de ceder la tecnología a los países receptores emergentes, que crean con rapidez su entramado local, subsistiendo solo un núcleo de alta tecnología y eventual apoyo puntual en el país del origen tecnológico.
Solo cuando el país de origen consigue crear un entramado de oferta tecnológica muy amplio, y su Administración pública y empresas de mayor calado son capaces de generar tratados comerciales de reciprocidad en otras áreas con el país de recepción, la evolución del sector puede soportar la pérdida de actividad natural.
Ha pasado en el sector fotovoltaico, se prevé en el eólico, se vaticina en el de biocombustibles. Estamos obstinados en comparar la situación española con la alemana o francesa, por ejemplo. Tampoco es lo mismo contar con acuerdos comerciales con un país-continente como China, Brasil o la India (siendo el ofertante de tecnología Estados Unidos y su valedor Obama o Clinton), que pensar en las opciones de las empresas españolas en un país latinoamericano concreto, con gobiernos inestables, dificultades financieras y eternamente obsesionados, parece, en recuperar parte del oro que, según la enseñanza oficial allá, les robaron los conquistadores españoles y quieren encontrar en nuestras aguerridas empresas multinacionales, ilusionados en dejar de perder una y otra vez la camisa.
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