Hacia la tercera vía, por los caminos de lo virtual
Hemos festejado -nos referimos a la doctrina oficial occidental-, en su momento, y ruidosamente, la caída de los postulados marxistas o comunistas, confirmando el fracaso de la economía centralizada.
Lo hicimos desde la petulancia observadora que permitían nuestros pedestales occidentales, rodeados de la complacencia y bienestar a que habían llevado nuestros principios, basados en el dios mercado y los dogmas impuestos por sus sacerdotes, derivados de la libertad de acción individual como única forma segura de conseguir el bienestar duradero.
La ceguera con la que nos embriagamos de la sensación de riqueza y poder, no nos permitió apreciar adecuadamente que nuestra velocidad de crecimiento tenía, en realidad, también las patas muy cortas: dependía fuertemente de la apropiación de externalidades a las que no habíamos fijado costo alguno, porque creíamos que eran ilimitadas (aire, agua, combustibles, ambiente en general) y, no en último lugar, estábamos ejerciendo desde esta parte del planeta una colonización tecnológica sobre los países emergentes (le dimos nombre: economía global), que nos proporcionaba materias primas baratas y mano de obra poco reivindicativa, a cambio de enriquecer con las migajas a algunos de sus dirigentes.
Nos parece que es llegada la hora de que algún pensador independiente proclame, con igual devoción y seriedad a la que se ejerció en su momento para defender lo conrtario, la caída de los principios liberales que rigieron, al menos hasta ahora, la economía de mercado.
Porque, aunque desde el escenario se esfuerzan en poner parches a la tramoya que se desmorona -consumo responsable, economía sostenible, desarrollo equilibrado, energías alternativas, cuidado ambiental, apoyo tecnológico a los países emergentes, etc.), los síntomas de que el sistema ha fracasado son ya muy evidentes, y las causas no son diferentes, en sustancia, a las que propiciaron la caída de esos muros de Berlín, aquellos telones de acero y, en general, han dado al traste, con socialismos de zapatilla, postulados marxista-leninistas y economías de producción teledirigida.
A saber, el engaño a los postulados, la falsedad en el cumplimiento de las normas básicas, la falta de ética de quienes estaban llamados a hacerlas cumplir, la pérdida de productividad y eficacia de los que estaban en la base del sistema, por abandono, actitudes acomodaticias, falta de interés por participar activamente y, en fin, la desconfianza hacia los líderes.
El diagnóstico está hecho ya a la perfección, y tiene muchos bastiones difíciles de corregir: Las entidades financieras nos han engañado; los controladores del sistema, también; los representantes políticos se han revelado ineficaces y (también), en parte, corruptos; y a casi todos nosotros se nos ha puesto la cara de tontos al comprobar que a quienes habiamos confiado las llaves del tesoro, nos estuvieron engañando, ocultando agujeros, prometiendo futuros que no existían, enriqueciéndose.
El futuro prometido se escapó por la ventana, llevándose a rastrar un bienestar que no podíamos permitirnos, porque las bases de ese futuro no habían sido generadas aún.
Si queremos ser radicales, tendríamos que reconocer que el sistema capitalista tampoco funcionó. Porque no fuimos capaces de establecer mecanismos eficaces de control, los beneficios que generamos entre todos, sirvieron, principalmente, para engordar la economía de unos pocos (se volatilizaron para nuestros ojos).
Los argumentos empiezan a decantarse por una "tercera vía" ("tercer desarrollo industrial", "la revolución tecnológica de las comunicaciones", etc.), basada, en esencia, en la combinación eficaz y prudente de elementos propios de la economía centralizada con otros de la economía de mercado.
Lo difícil está, desde luego, en ponerse de acuerdo sobre los sectores o aspectos que deben ser controlados férreamente desde el Estado (o los Estados) y cuáles han de dejarse al libre arbitrio y decisión de los agentes privados y, en este caso, con qué medidas de supervisión deberían reforzarse.
Pues bien: creemos que esa "tercera vía" ha de tener una base virtual, en el sentido de apoyo en las tecnologías de comunicación y en la explotación eficiente de esos recursos que aún no ha sido, ni de lejos, explorada.
Esa tercera vía tiene que profundizar en la drástica reducción de los gastos innecesarios que producen los desplazamientos físicos (transportes para ir al trabajo, de compras, o a los espectáculos, asistir a reuniones nacionales e internacionales, ferias, congresos, etc.), facilitar la solución a problemas diarios a través de las comunicaciones (mejorándolas, en primer lugar; y luego, creando y apoyando empresas de servicio que actúen con base telemática, ofreciendo información, noticias, atenciones domiciliarias gestionadas en la red, etc.) y creando e impulsando redes de excelencia que potencien la creatividad (intercambio de documentación, ideas, proyectos, generando orientación sobre oportundades de negocio, facilidades crediticias, apoyos a la exportación, etc.).
Pensemos en virtual, y alejémonos de las ideas preconcebidas respecto a lo que puede solucionar el mercado libre o las limitaciones de la economía centralizada. Enseñemos a cada ser humano a gestionar, de forma autónoma, la solución de sus propias necesidades, convirtiendo, paralelamente, el papel del Estado en garante de la seriedad, lealtad, transparencia, con la que se realizan esas transacciones.
0 comentarios