Sobre el papel de las empresas multinacionales en el desarrollo humano
En la Jornada sobre RSC -auspiciada por la Fundación Mapfre y El Nuevo Lunesç que se celebró en Madrid el 28 de septiembre de 2011, y a la que ya hicimos referencia en otro Comentario, intervino José Félix Lozano, de la Universidad Politécnica de Valencia, para hablar acerca de la cuestión con la que hemos titulado esta reflexión.
Lozano, que estudió Filosofía -así nos fue presentado por la moderadora de la mesa en la que intervino, Helena Redondo, socia de Deloitte-, utilizó el material del máster sobre RSC que se imparte en la Politécnica, y que él dirige, para concluir que "una empresa transnacional que quiera colaborar en el desarrollo humano, debe poner en marcha procesos de diálogo con las comunidades, guiados por los criterios de: orientación al consenso, inclusividad, simetría real, y prevalencia de la fuerza el mejor argumento.
Seguro que esos criterios merecerían más explicación (el conferenciante la dió, desde luego), pero dejamos que el lector haga volar su imaginación, ayudándole o entorpeciéndole únicamente con nuestra apreciación de que, como directriz a seguir, el material resulta escaso.
La prudencia de la conclusión de Lozano procede, seguramente, de su correcta apreciación de la lejanía en que nos encontramos respecto a ese objetivo que, desde el punto de vista de la ética que impregnaría el objetivo del desarrollo, sin embargo, parecería obvio.
Porque -nos preguntamos nosotros- ¿qué papel jugarían las empresas -en especial, las multinacionales-, si no es el de colaborar en el desarrollo global? ¿O deberíamos admitir que se guían por objetivos perversos, como pudieran ser el del dominio total de la Tierra, la generación de falsas ilusiones de progreso, el aumento de la dependencia de los seres humanos respecto a sus directrices?
No vamos a alarmarnos, pues, más de lo que ya estamos. El desarrollo humano debe ser un objetivo compartido por todos los agentes, y ha de estar basado en la búsqueda de la mayor felicidad, o satisfacción, del conjunto de la Humanidad, reduciendo al mínimo las diferencias entre los que más disfruten del bienestar y los que menos.
¿Cómo conseguirlo, sea cual sea el nivel del coadyuvante a este propósito colectivo, si no es mediante el diálogo?.
En la posición de las comunidades como interlocutores frente a las multinacionales, se están evidenciando desequilibrios importantes, entre los que mencionamos, por nuestra cuenta y riesgo:
1) la ubicuidad o multilocalización de estas últimas (que les permite evadirse de las normas y de la autoridad de un solo Estado, haciendo necesarias estrategias y acuerdos a nivel internacional);
2) su alto desarrollo tecnológico (que es superior al conseguido desde las Administraciones públicas, por lo que no es factible ordenarles líneas de desarrollo preferentes, sino atender a sus propuestas: por ejemplo, la Universidad no orienta a las multinacionales, sino que sus departamentos se deja orientar y dirigir -también económicamente- por ellas en la inmensa mayoría de los casos): y
3) su objetivo de rentabilidad a corto plazo y su gran capacidad económica, que son las herramientas de la actuación de los equipos directivos de las multinacionales, y que ni siquiera responden frente a los accionistas (1), puesto que los grupos de control de esas macroempresas suelen resultar opacos para la sociedad civil en general y responden principalmente a intereses de élites económicas, que se blindan entre sí.
Antonio Garrigues Walker había puesto ya el dedo en una de nuestras llagas: "En esta época es muy difícil pensar con claridad. Tenemos, además, un déficit espectacular: el intelectual. Hay muchas opiniones de técnicos económicos, pero los filósofos y sociólogos están ayudando muy poco." Lo dijo inmediatamente antes de traer a colación la frase redonda de Ortega y Gasset: "Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa."
El mayor mérito de la intervención de Lozano fue, sin duda, atraernos nuevamente a esa luz de la filosofía, más o menos oculta bajo el celemín de los que tienen que defender intereses específicos, porque para eso les pagan (2).
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(1) Muy interesante sería analizar las razones de la "apatía racioncal de los accionistas", a la que se refirieron Gerardo Manso (Sacyr) y Mónica López-Monis (Banesto).
(2) "El mercader difícilmente resiste a la tentación/ y no estará sin pecado el tendero." (Eclesiástico, 26,29)
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