A los jóvenes que tienen lo que hay que tener
A veces llegan a las ventanas de este observatorio, junto a los tufos de la crisis económica, olores a quemado que sentimos como mucho más inquietantes: los de las esperanzas, propósitos e ilusiones frustrados de una parte de nuestra juventud.
Porque una situación material se acaba superando (por las buenas o por las malas), pero la falta de empuje hacia el futuro del sustrato de la sociedad que debe estar más interesada en él, la juventud, -porque es allí, y perdónesenos la obviedad, en donde tendrán más tiempo que los demás para instalarse- , es nefasta, porque el daño causado es irrecuperable. Ese tiempo perdido no volverá.
Será perdido para ellos y para todos.
No resulta cómodo para nadie referirse a los momentos que antecedieron a la guerra incivil española de 1936-1939, porque hay una voluntad tanto subterránea como explícita de alejar la bicha del panorama. Estamos, ciertamente, en otras coordenadas mentales, sociales y políticas respecto a aquella situación. No es posible que los españoles se vuelvan a matar unos a otros, no volverán a empuñar las armas sin atinar a saber, con certeza, contra quién o porqué están disparando y qué les ha conducido a estar jugándose la vida.
Si bien sigue habiendo dos Españas para casi todos los temas polémicos, o bien uno de los grupos es minúsculo frente al otro o, si nos referimos al panorama político, las opciones principales son bastante parecidas -y pacíficas-. Se parecen incluso en la manera de amagar de salón para dar espectáculo, en ir de farol para seducir, con plumas de fantasía, al votante, una vez cada tantos años...
No hay coincidencia en el momento, desde luego. Pero alguna similitud, si. Si releemos los párrafos finales de la lección inaugural de quien era en 1934, junto con Ortega y Gasset, la persona de mayor prestigio intelectual en España, rector por excelencia de la Universidad de Salamanca, el ya setentón Miguel de Unamuno, nos encontramos con estas evocadoras palabras, muchas veces citadas, desde luego:
"Vosotros, estudiantes españoles, que os ejercitáis en la investigación científica, histórica y social, en la dialéctica -escuela de tolerancia y de comprensión de la concordancia final de las discordancias; de la coincidencia de las oposiciones que dijo el Cusano (1) - vosotros tenéis que enseñar a vuestros padres -a nosotros- que esa marea de insensateces -de injurias, de calumnias, de burlas impías, de sucios estallidos de resentimientos- no es sino el síntoma de una mortal gana de disolución. De disolución nacional, civil y social. Salvadnos de ella, hijos míos. Os lo pide al entrar en los setenta años, en su jubilación, quien ve en horas de visiones revelatorias rojores de sangre y algo peor: livideces de bilis.
Salvadnos jóvenes, verdaderos jóvenes, los que no mancháis las páginas de vuestros libros de estudio ni con sangre ni con bilis. Salvadnos por España, por la España de Dios, por Dios, por el Dios de España, por la Suprema Palabra creadora y conservadora."
En época de paces, el mal peor que puede azotar a la juventud es el desánimo, confundirse en creer que está todo hecho cuando todo está por hacer; perderse en criticar lo que hicieron las generaciones anteriores, cuando lo positivo es concentrarse en lo que pueden construir desde la suya...
(1) Nicola Cusano, italiano universal, (1401-1464), tenía esta filosofía:
"L’universo è una unità plurima; per quanto l’universo sia composto da migliaia di parti, queste sono riportate all’unità di Dio, che vive in esse. In questa unità gli opposti coincidono e sono armoniosi: caldo e freddo, luce ed ombra, alto e basso, vita e morte. Noi concepiamo queste parti come se fossero in contraddizione, ma esse coesistono nell’universo e contengono la ragione della propria esistenza e di quella dei loro opposti. La Verità sta nell’Uno, il quale è assoluto, singolare ed infinito. L’umana conoscenza è relativa, molteplice, limitata ed approssimativa ed ogni scienza è semplice congettura. Se noi siamo in grado di intuire che Dio e il mondo sono in conoscibili, l’ultima cosa è ammettere che a noi, o meglio alla mente, compete la sola “dotta” e costante ignoranza, quindi la consapevolezza che la Verità nella sua assolutezza e infinità non può mai essere possesso del pensiero umano."
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