Sobre tertulias y tertulianos
Aunque ya no están de moda esas reuniones de eruditos -generalmente, por lo que nos han contado, vinculados a la literatura- en las que se criticaba a los ausentes en el lateral de un cafetón mientras se dejaban enfriar los posos del cortado y se bebían buches cortos de un vaso con agua de grifo, las tertulias todavía existen.
Son otra cosa. Ahora se llaman tertulias a tríos de ancianos venerables y/o periodistas con mala baba que despedazan la actualidad, dando caña al partido de la oposición al de la cadena radiofónica o televisiva, y, como quien no quiere la cosa, enjaretan a los ignorantes oyentes párrafos enteros de una enciclopedia que fotocopian para la ocasión, o rememoran trozos de su propia vida pasada, para darles un giro autobenefactor.
Las tertulias podrían ser formas de reunir a gentes de diferentes campos, combinados con especialistas en el tema. Se podría hablar de inmigración, por ejemplo, entrelazando las opiniones de la Sra. Rubí -responsable de esa delicada materia en el gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero- con las de representantes de las embajadas de los países que nos proporcionan la mayor parte de nuestra mano de obra, directivos de asociaciones empresariales y controladores de alguna de las oenegés que trabajan en el tema de la integración de los expatriados.
Pero lo más importante no es reunir a gente que tenga algo que decir sobre un asunto. Es preguntarles con intencíón, y ayudar a que manifiesten sus puntos de acuerdo o discrepancia. No hace falta que lo hagan cara el público, no es necesario que exhiban impúdicamente sus carencias. Lo que es imprescindible es que se entiendan, que trabajen juntos quienes tienen competencias con el mismo tema, que se conozcan al menos.
Tiene razón Carlos Elías, autor de La razón estrangulada: "Somos un país de letras". De muchas palabras, y pocas ideas que se puedan aplicar a resolver problemas.
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