Sobre perendengues e intríngulis
Para saber bien algo, hay que asimilar su perendengue, o requilorio. Hasta no hace mucho, se utilizaba la expresión: "Esto tiene su perendengue", para dar a entender que resolver la cuestión no era tan simple como parecía.
Nos tememos que se ha perdido mucho la idea de los perendengues, y no se saben ni se enseñan, por lo que cada vez son más los que se andan por las ramas, creyendo que dominan algo, y en realidad, ni saben de la misa la media, convertidos en maestros de chicha y nabo.
Todos esos que pretenden que son expertos, sin haber llegado al meollo de las cosas, que se han quedado con cuatro ideas cogidas por los pelos o un par de conceptos prendidos con alfileres, tienen mucho peligro.
Si se dieran el batacazo ellos solitos, habrían alcanzado así su escarmiento, cayéndose con todo su equipo y sin causar daño a terceros. Pero, como proliferan los maestrillos del arte de birlibirloque, resulta que son demasiadas las veces en que los que acuden, crédulos, a su falsa ciencia, resultan víctimas de la ignorancia y pretenciosidad de los que han alardeado de conocer las claves, cuando solo tienen un barniz.
La situación está tan descontrolada que no bastan títulos ni diplomas oficiales para librarse de ignorantes de perendengues. Unos, aconsejan a la primera de cambio, si se les pone en la mano un aparato estropeado, que hay que sustituir todo el equipo, argumentando que ya no se fabrica la pieza que falta o que el modelo está obsoleto.
Otros, cuando se ponen a la labor, causan de un mal pequeño un estropicio, o nos tienen a la espera de una solución que nunca llega, salvo que tengan ocasión de acudir a un experto de segundo nivel (así lo llaman), quien es, en puridad, el que se sabe lo del perendengue.
Como el mundo tecnológico es ya muy complicado y todos, quien más quien menos, nos hemos hecho dependientes de que funcionen bien las tecnologías en las que hemos aposentado nuestra modernidad (móviles, ordenadores, módems, centrales nucleares, autos, siderurgias, iphones, depuradoras, programas, misiles de cabeza nuclear, técnicas de trasplante de órganos, cálculo estructural, etc.), quienes constatamos en el día día la ignorancia supina acerca de los requilorios por los que, en verdad, funcionan las cosas, vamos aumentando nuestro miedo sin remedio.
Porque cada vez son menos los que saben de verdad que solo si tienes conocimiento de los perendengues están en condiciones de solventar un problema serio. Y, por hache o por be, por la Ley de Murphy o porque algún día por azar o por necesidad en algún tema crucial habrá que saber dónde está el meollo para atajar un desastre, y si para entonces nos hemos rodeado de charlatanes, falsos expertos, laureados de pitiminí, que no tengan la menor idea de cómo actuar sobre los perendengues, lo más seguro es que nos vayamos, con lo puesto, todos al carajo.
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