Sobre el origen del dinero: la verdad
Era una vez un pueblo que no recordaba el origen del dinero. Lo utilizaban, en verdad, muchísimo. Prácticamente, todo lo sabían traducir en dinero. El fichaje de un futbolista, la compra de un político para conseguir alguna adjudicación, una noche con una modelo de pasarela, alimentar durante un año a un niño de la selva (?) africana, un viaje para conocer cómo viven las tortugas de las Galápagos o los indios navajos (si es que existen algunos), etc.
Era muy útil en la vida diaria, porque solo necesitaban meter una tarjeta de plástico en una máquina especial, proporcionar al aparato un número de cuatro dígitos -generalmente el de la fecha del propio nacimiento-, y esperar a que salieran por una hendidura los billetes que completaban la cantidad que se deseara tener en el bolsillo para pagar las pocas cosas que deberían abonarse todavía en "efectivo".
Esta modalidad de pagar en efectivo había caído tan en desuso que solo se seguía aplicando en las tiendas llamadas de "chinos" y en los comercios que generaban una subespecie llamada "dinero bé" o "dinero negro", en atención (se cree) a la afición a practicar la modalidad de deporte llamada "economía sumergida".
Ciertamente, no necesitaban saber que era el dinero, propiamente hablando. La mayor parte de las veces, bastaba firmar en un papel reconociendo que la cantidad que correspondía a lo que habían consumido en el restaurante, o lo que importaba el traje que acababan de llevarse de la tienda de modas (por ejemplo), eran correctos.
Había que tener, eso sí, especial cuidado de vigilar la relación de números que, de vez en cuando, enviaban unas instituciones utilísimas que fabricaban o hacían fabricar las tarjetas de plástico (también llamadas "tarjetas de crédito"). Porque la cantidad que debería figurar en esa relación, en el lado en donde aparecía la palabra "saldo" o "saldo remanente" debería ser siempre superior a la de "cargos en su estimada en cuenta".
Había que vigilarlo porque esas instituciones, llamadas "Bancos" cobraban intereses altísimos por los descubiertos, por lo que habían renunciado a comunicar a los clientes la situación de sus cuentas, esperando simplemente a que alcanzaran los "números rojos", y así poder seguir dando beneficios en un mercado cada vez más competitivo.
De dónde provenía el dinero (o, mejor dicho, cómo se generaban los números de la columna de "ingresos") empezó a ser desconocido para prácticamente toda la gente del lugar. Incluso para unos señores de aspecto pulcro y serio, que llevaban una prenda arcaica llamada "corbata", y que, según afirmaban, trabajaban en esas instituciones utilísimas; curiosamente, aunque no eran ricos, la gente a la que llamaban "clientes" se pensaba que estos individuos eran verdaderos "banqueros" (y ellos mismos se lo creían a veces), cuando solo eran "bancarios", antes conocidos como "chupatintas" o "pelanas".
Pero, sea como fuera, dado que nadie sabía cómo se producía ese flujo de números, las personas del lugar seguían gastando sin parar, pensando que alguien poderoso estaba dándole al rabil de la "masa monetaria" como loco, o que el dinero venía de sitios en donde nadie pediría cuentas, como "subvenciones" a fondo perdido, o artilugios de ese tipo.
Hasta que un día, empezaron a faltar las cantidades que se introducían en las columnas de ingresos.
En ese momento, las cosas cambiaron.
Las instituciones enviaron unas cartas muy amables en las que comunicaban que "Estimado cliente, al no haber liquidado, a pesar de nuestros reiterados avisos, el saldo en descubierto de su querida cuenta, nos hemos visto en la dolorosa obligación de proceder al embargo y subasta de su vivienda, que figuraba como garantía hipotecaria del crédito que le hemos concedido en su momento. Le comunicamos, por otra parte, que, dada la caída de precios de mercado, su saldo deudor, una vez que hemos procedido a la liquidación de intereses y gastos, sigue siendo de..."
Pero, ¿de dónde diablos viene ese dinero? -se preguntaban los ciudadanos respetables- ¿Cómo se produce?. ¿No eran simplemente papeles que producían los Bancos o que deberían generar los gobiernos? ¿Qué tenemos que ver nosotros con este asunto?. ¡Queremos que se nos solucione el problema, ya!, exigían.
Consultaron a muchos entendidos, proprotestaron muchísimo. En algunos sitios le dijeron que el dinero venía de lo que tenían que producir, que había que generar "plusvalías", que tocaba apretarse el cinturón.
No les gustó nada la solución. Por fortuna, les llegó una respuesta que les gustó mucho. Provenía de los sindicatos y servía, en particular, para todos aquellos que todavía tenían una entelequia que se llamaba "puesto de trabajo". Así que se fueron a la huelga, muy contentos.
(Continuará)
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