A los que el mercado les da, las agencias se lo bendicen
No sabemos de que se haya hecho ningún test de estrés, de credibilidad (ni de ética) a las agencias de valoración. Lo que estamos seguros es de que no lo superarían.
Hasta hace un par de años, la inmensa mayoría de los ciudadanos ignoraba su existencia, y no la echaban de menos ni creían que influyera lo más mínimo ni en su bienestar ni en sus eventuales desgracias. Ahora, si se les preguntara, coincidirían en que nos están amargando la vida.
En realidad, no necesitamos que nos lo diga ninguna agencia, ya sea nortamericana o una que haya puesto su chiringuito en la esquina de enfrente, que nos diga que estamos pasándolo mal.
Tampoco necesitamos que el compañero de oficina nos diga, poniendo cara de descubridor del Amazonas, "te ha salido un grano en la cara" o que el vecino nos pregunte, mirando el rasponazo que presenta nuestro vehículo por el lado del conductor, "¿te has fijado en golpe que tienes en la puerta del coche?".
Lo que suena ya a castaño oscuro es que el vecino con el que nos cruzamos en el garaje, nos diga al día siguiente: "He mirado mejor el golpe de tu coche y es bastante mayor de lo que suponía." ¿Cómo reaccionaríamos si el colega chinche nos espetara por la tarde, vestido ya él con el pantaloncito de jugar al pádel, mientras nos toca las teclas del ordenador con el que calculamos la distribución de temperaturas en un molde refrigerado -es un ejemplo-: "He estado pensando en tu grano, y ahora que lo miro mejor, no se te va a curar solo con esa pomada que te dije le había ido bien a mi abuela, que en paz descanse"?
Nos hemos convencido, porque teníamos ganas de aparecer como culpables, que la culpa de esta burbuja que nos explotó en las manos, es de todos, incluso de los que nunca pensamos en comprarnos un piso a base de hipotecas. No en vano se nos ha presentado como la combinación de la avidez de los más ricos, los consejos para aprovechar la oportunidad de bonanza que prodigaban sus asesores, la ignorancia económica -por ser suaves- y el deseo de inaugurar por parte de los políticos, y, en fin, la algarabía que formaban todos estos elementos en el patio de los que, simplemente, querían vivir mejor de aquello para lo que les daba su sueldo.
Bien, pues ya vale. Volvamos a empezar. Queremos retornar al momento anterior a la burbuja, allí donde estábamos. Porque en algún lugar habrá quedado el terreno firme, ¿no?.
Señores de las agencias de valoración, retírense del campo antes de que nos veamos obligados a hacerlo a gorrazos. Mientras los demás estamos atareados retirando escombros y tratando de reconstruir lo caído, ustedes siguen socavando los cimientos, dando la tabarra. Antes consiguieron que se volatilizara el dinero de los ahorradores, ahora resulta que están haciendo que nuestra deuda pública nos resulte más cara, es decir, que el futuro se nos haga aún más complicado.
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