Entre carbayones, magdalenas
Resulta que los carbayones -los habitantes de Oviedo, en recuerdo de un árbol que había en la ciudad y del que solo queda una placa en la acera de la calle Uría- se desayunan con magdalenas casi todos los días.
El palacete de la Magdalena es una construcción de esas que llaman los urbanistas "singulares", que estuvo, desde su construcción, cercada por una verja y un muro que impedía ver lo que había dentro, hasta que el Ayuntamiento que dirigía entonces Antonio Masip -en 1986- decidió expropiarlo, en un intento de preservar de la piqueta demoledora algunos de los pocos edificios con valor estético que, aparte de la catedral y los monumentos del Naranco, subsistían en la capital del Principado.
La cuestión quedó sin ser perfeccionada, como dicen los juristas, hasta que, siendo ya alcalde Gabino de Lorenzo, se consumó la expropiación, que se realizó, a falta de acuerdo con los nuevos propietarios -una de las empresas del poderoso entramado de intereses urbanísticos que tiene en la ciudad Del Fueyo-, con base en la valoración de los servicios municipales, que estimó que la finca valía unos 100 millones de pesetas.
El edificio se convirtió en una biblioteca, o más bien, en un centro cívico; o sea, un lugar en donde los jubilados -que en Oviedo son muchísimos- se reúnen para leer los periódicos y aliviar necesidades, y el caso se transformó en una de las comidillas con las que se adereza, desde entonces, la historía mínima local, pues la empresa expropiada demandó al Ayuntamiento y pidió una nueva tasación, que realizó el Tribunal de expropiaciones, que elevó el valor de la finca a cuatro veces más.
La historia de las magdalenas en Oviedo tiene, visto desde el momento actual, como diría un castizo, sus perendengues: el Tribunal Supremo ha venido a ratificar que ese palacete, construído en 1902, y que mantiene el nombre de la esposa de su primer propietario, Figaredo Sela, ha pasado al erario municipal incumpliendo la normativa de la Ley del Suelo y, por tanto, el Ayuntamiento debe indemnizar a los expropiados de acuerdo con la tasación más alta que, por el tiempo transcurrido, y no haberse consignado el valor en su momento, se ve incrementada con los intereses y costas del proceso.
No termina ahí la cosa, puesto que, pretendiendo llegar a algún acuerdo con los propietarios, el Ayuntamiento se enredó en la firma de sucesivos Convenios de compensación, de los que el último, que supone la concesión de la autorización para hacer un gran aparcamiento subterráneo bajo el campo de San Francisco y otros compromisos de autorización de edificaciones y reservas de dominio, ha levantado una intensa polvareda judicial, que ha puesto, paralelamente, en funcionamiento las calculadoras y el magín de los opositores al equipo de Gabino de Lorenzo.
Aquellos iniciales 7 millones de euros se habrían transformado en casi 15 de deuda acumulada; el constructor ha pedido una retasación, al no haber sido hecho la consignación del valor en litigio, y resulta que ahora pretende que lo que se le expropió vale casi 70 millones de euros.
Los negociadores por parte del Ayuntamiento se esforzaron en todo este tiempo, en llegar a convenios con la propiedad expropiada, que no cuajaron, por razones que no siempre estuvieron claras.
Para los más críticos, el escándalo proviene ahora de que el acuerdo alcanzado con el poderoso señor Del Fueyo implicaría un regalo incomprensible en una ciudad que no ha sufrido tanto como otras por el descalabro inmobiliario, difícil de valorar, pero que superaría los 30 millones de euros y otras servidumbres nada claras; y, para todos, en una ciudad tan chica, sirve de comidilla verbal en cafés, bares y baretos, especulando sobre razones, beneficiarios, culpables y presuntos.
En fin, que los carbayones (así se identifica, además de a los ovetenses, a una creación de la prestigiosa confitería Camilo de Blas, gozo de golosos de cierto empaque) y las magdalenas (que es, además de patronímico de las plañideras, denominación de una más modesta bollería omnipresente en los desayunos y meriendas del personal menos exigente) ocupan ahora un espacio propio en el fregado de los dimes y diretes con los que se alimentan los mentideros asturianos que, como venimos demostrando con nuestros comentarios, no son sino reflejo, banco de pruebas, trasunto fiel, de lo que se cuece en nuestros predios carpetobetónicos.
Una masa realizada con oscurantismos y misteriosos pactos, dejaciones incomprensibles por parte de las autoridades públicas, ávidos intereses privados para aprovecharse de lo que debía pertenecer a todos y esa sórdida sensación de que el tiempo, lejos de curarlo todo, no hace sino aflorar, aquí y allá, las momias de un pasado en el que los protagonistas pocas veces fueron las personas de buena voluntad.
2 comentarios
Fernando -
ifelgueroso -