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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre educación cívica y respeto ciudadano

Algo habría que hacer, y pronto, para atajar la multiplicación de faltas de respeto. A la persona, a los colectivos, a las propiedades, a la ciencia, a la cultura, a las creencias. A todo.

En el fondo de este permanente atropello de los derechos de los demás, está la impunidad en la que se sabe el trasgresor.

No estamos hablando de delitos, sino de faltas que merecen solo la calificación de leves, infracciones de pequeña cuantía y valor que, si fueran aisladas y escasas, no significarían más que un disgusto pasajero, una molestia superable sin consecuencias de consideración.

Pero son muchos los que han ocupado el espacio que era merecedor de respeto, y lo hacen, además, con desfachatez y petulante agresividad, como si los que estuviéramos incumpliento normas fuéramos los otros. 

La ausencia de perspectivas morales, de educación religiosa, de creencias trascendentes, es culpable -sin necesidad de ponernos ni nostálgicos ni dogmáticos- de una sensación de impunidad que les autoriza, a muchos individuos que se han instalado en el aprovéchate y meimportaunbledo, a hacer lo que les apetece sin preocuparse de a quién daño.

Sin necesidad de mirar hacia el más allá, al neminem laedere o a los más elementales principios éticos, hay razones pragmáticas para pensar que algo se nos ha descoyuntado en esta sociedad de pequeños delincuentes.

En muchas poblaciones, no hay suficiente policía, y la que existe, no actúa o, cuando actúa lo hace solo a instancias del perjudicado, que ha debido acudir a buscarla a sus recintos, y que, una vez fuera de ellos, manifiesta una tendencia inquietante a no tener dificultades y a ser delicada con el infractor o con el violento.

Ni se le ocurra hacer Vd. mismo de objetor hacia el que molesta o incumple. Jóvenes que hacen botellón a altas horas de la madrugada en la plaza cercana a su (de Vd.) imposible descanso nocturno; falsos artistas del spray que ensucian las paredes, los cristales de escaparates y el mobiliario urbano con la manifestación e sus egos enfermos, negocios que sacan a la calle, interrumpiendo el paso, sus anuncios, bártulos y chismes; etc...todos ellos reaccionarán con violencia verbal, y puede que hasta física, si se le ocurre llamar la atención acerca de lo que dañan y su nulo derecho.

Pónga el lector otros ejemplos: borrachos o drogadictos armando bulla o durmiendo su enajenación en el portal, en los soportales de dependencias públicas o privadas o en los recintos de cajeros bancarios y entradas a comercios, incluídos tiendas de comestibles, haciendo sus necesidades en los tiestos o en las esquinas; mozalbetes jugando al balón con ímpetu insolente junto a terrazas de bares o cafeterías (Cualquier lugar vale: hay un grupo de jovenzuelos que se complace en organizar partidillos de futbito sistemáticos en la plazuela de entrada al Ministerio de Ambiente de Madrid).

Haga un ejercicio de prueba respecto a su poder de persuasión: Pruebe a llamar hoy la atención, de la forma más suave y tranquila que le sea posible,  a -por ejemplo- cualquier grupo de mocosos que hayan irrumpido en el vagón del metro, vociferando y con sus aparatitos reproductores de sonido a todo volumen, ocupando con rapidez, además, sin preocuparse de si hay ancianos, lisiados o embarazadas en presencia, todos los asientos libres, cuando no sentándose en el suelo, y ocupando todo el sitio que a su expansión de pobreza mental de la gana.

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