Sobre preparación y competitividad española
Vivimos, no dejemos duda, en un país atractivo, con temperaturas agradables y gentes distendidas y cordiales. Pero si hubiera que definir nuestra idiosincrasia con una sola palabra, elegiríamos ésta: contradictorios. Somos contradictorios.
Valoremos nuestra actitud colectiva con un par de ejemplos.
Nuestra industria del mueble tiene tradición y cuenta con buenos artesanos de la madera. Sin embargo, la mayoría de esas empresas, esclava de una concepción familiar y tradicional del negocio, sigue actuando, orgullosamente, con independencia de las demás y lanzando al mercado diseños que no corresponden al gusto general actual. Son muebles recios, desde luego, trabajados en buena madera, terminados con conocimiento, pero no encajan con lo que ahora se prefiere.
No solamente es cuestión de diseño. El trabajo artesanal, los materiales, la actuación contra pedido, hacen que los precios sean relativamente caros, la distribución complicada, el acceso al mercado de consumo difícil, los plazos de entrega excesivos y..., por tanto, el negocio languidece y los stocks de invendidos ahogan las economías.
Contrapongamos esta situación con el modelo Ikea. Muebles prefabricados, sencillos y baratos, fáciles de montar, que se pueden llevar en el propio automóvil y que se ponen a la venta en grandes superficies en donde se puede elegir todo lo necesario para equipar una casa. Detrás del escaparate hacia el cliente, hay un buen número de empresas que se han especializado en una gama de productos y, en conjunto, un concepto de diseño y publicidad coordinados, homogéneos, complementarios.
Otro ejemplo. Si Vd. ha tenido que cambiar su calentador de agua a gas recientemente, habrá tenido ocasión de comprobar que, a pesar del auge de la construcción que ha tenido España -varios millones de viviendas terminados en los últimos años- los aparatos que se ofrecen por los instaladores en nuestro mercado son alemanes o franceses.
¿No habrá habido oportunidad de crear un modelo competitivo español, teniendo en cuenta que se habrán instalado unos cuantos cientos de miles de calentadores/calefactores, que implican varios millones de euros de facturación? (cada aparato, al precio actual cuesta unos 2.000 euros). Y si hay algún fabricante español que se ha aventurado a penetrar en este mercado, ¿por qué no ha conseguido ultimar un producto técnicamente perfecto, habida cuenta de que hablamos de una tecnología muy poco sofisticada?
Fijémosnos ahora en estos grupos de diligentes trabajadores que, por doquier en nuestra geografía, realizan obras de reparación en calles y carreteras, demuelen tabiques y hacen nuevas distribuciones en oficinas, viviendas y clínicas, montan y reparan aparatos electrodomésticos de todo tipo, llevan y distribuyen mercancías, atienden cajeros en los supermercados y en cualesquiera "gran superficie",...?
Prácticamente todos son extranjeros. Rumanos y de otros países del este europeo, los que manifiestan habilidades manuales y técnicas; latinoamericanos, los que pueblan supermercados y empresas de distribución; ...
Por supuesto, no osamos referirnos siquiera a esos miles de tiendas casi idénticas en las que, bajo la tutela de eficientísimos ciudadanos orientales con conocimientos de nuestra lengua y cultura quasi-místicos, se ofrecen a la venta todo tipo de productos de uso y consumo, fabricados en su mayor parte allende las fronteras europeas, con calidades que suscitan tantos beneplácitos como improperios... tiendas de todoaquí en las que sería motivo de legítimo asombro encontrar no ya en ellas, sino en toda la cadena de distribución, a un solo compatriota del cliente español...
Ante estos simples ejemplos, a los que el lector podrá añadir, sin duda, muchos otros, cabe preguntarse: ¿dónde está el ingenio español, la capacidad de trabajo patria, nuestro espíritu de sacrificio? ; nuestros jóvenes, ¿qué saben hacer? ¿qué les hemos enseñado? ¿están preparados para adaptarse, para superar las crisis, o solamente confían en que otras manos les saquen del atolladero, mientras viven en la creencia de que todo esto pasará algún día?
Y nuestros mayores, ¿qué proponen? ¿y a quién?. ¿Estamos todos tan faltos de empuje e ideas que nos hemos retirado de la batalla y abandonamos el campo para que nos lo ocupen otros, creyendo que permaneceremos en la abundancia, sin advertir que no podemos pagar ese despilfarro colectivo de fuerza y recursos?
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Miguel -
PILAR NÚÑEZ -