Sobre las noticias: entidad, durabilidad y alcance
En los media se hace referencia a menudo al "alcance de la noticia", en el sentido de su importancia.
Se dice, especialmente cuando se trata de aquellos soportes de difusión que trabajan o actúan en directo, en caso de que se algún acontecimiento que se juzga importante se acaba de producir y prometa evolución o se precise más información: "Les mantendremos puntualmente informados".
En fin, ojeando las primeras páginas de los periódicos de las últimas semanas y deteniéndose en los titulares, se comprende perfectamente que lo que ha servido para llamar la atención de los posibles compradores -también, de los lectores, aunque hay que suponer que no todo el mundo se gasta dinero en un soporte informativo para pasearlo bajo el brazo-, tiene efectos de una durabilidad muy corta.
Da lo mismo que se trate de un terremoto, una catástrofe nuclear, una guerra civil o una invasión de las fuerzas internacionales a un país amigo hasta hace un par de días, la intensidad de la llamada de atención decae rápidamente y el tamaño de las letras que se dedican a enmarcar la noticia disminuye, hasta desaparecer, en un par de días.
Y es que, además, cualquier información sobre lo que suceda en otro sitio, por dramático que sea, sucumbe en importancia ante la victoria del equipo local de fútbol, la inauguración del deportivo municipal, el crimen pasional cometido en la paroquia de al lado o la llegada al pueblo de un cantante de moda.
Todas estas cosas son bien conocidas por quienes hacen periodismo, y, sobre todo, por sus clientes y empleadores; no nos estamos refiriendo a los lectores y oyentes de los media, sino a quienes están interesados en que se da forma a la noticia de acuerdo con sus propios intereses, que suelen ser o ideológicos o económicos, o ambos.
No sucede lo mismo con los que reciben los mensajes, muchas veces, víctimas de su credulidad, incapaces de distinguir entre el ropaje con el que se les presenta, su importancia o despojarla de los apliques con los que se pretende adulterar o disimular su contenido.
Las Escuelas de periodismo deberían ofrecer un curso de interpretación de la noticia, que sirviera a sus seguidores para reconocer su verdadera entidad y alcance y valorarla. No estaría, obviamente, dedicado a profesionales de la información, sino a sus destinatarios. Evitaríamos así muchos sobresaltos, aliviaríamos fervores ideológicos, dotaríamos de su dimensión e intensidad adecuadas a los titulares y contenidos y, en definitiva, seríamos más felices.
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