Desdeñando a Desdémona
Como sabe el culto lector, Desdémona fue el nombre que dió William Shakespeare a la fiel esposa de Otelo, quien, cegado por los celos hacia Casio, que le alimentó Yago respecto a ella, la mata, iniciando así un desenlace en el que mueren casi todos.
La obra es un ejemplo recurrente de ese tipo de situaciones en que, dejándose llevar por intrigas cuya intención real es mal valorada, todos acaban perdiendo. No son pocas las situaciones en las que un malentendido desemboca en un daño general, en un despropósito del que muchos padecen las consecuencias, y que podía haberse evitado si se hubiera actuado con prudencia y serenidad.
La vida enseña en que hay muchos momentos en que -haciendo abstracción de personaje y circunstancias-, los/las Desdémonas padecen graves injusticias y que, una vez que el daño causado es irreparable, el asunto desemboca en tragedia de aún mayores alcances, ante el descontrol de los diferentes involucrados.
Nos parece que algunos casos que la compleja expresividad de la fauna política ha sacado a la palestra, tienen el tufo de que se está desdeñando a Desdémona y que, a base de sembrar dudas sobre el comportamiento ético de algunas personas, todos los personajes avanzan hacia lo que se puede asociar a una especie de inmolación colectiva.
El descrédito creciente de la llamada clase política, provocado por la proliferación de descalificaciones y denuncias, propiciadas aparentemente por el deseo de hacer daño, sin que se puedan acreditar en la mayoría de los casos, fehacientemente, las pruebas, invita a considerar que nos encontramos ante una pespectiva de tragedia de gran alcance, en la que resultará afectada irreversiblemente la credibilidad de Desdémonas, Yagos, Otelos, Casios, tirios y troyanos.
Puede, que de haber vivido en la misma época y no haber sido una de ellas (o las dos) personaje de ficción, Penélope y la mujer del César hubieran sido amigas. Aunque la valoración de su comportamiento -en ambos casos, éticamente irreprochable- se hizo desde dos esferas muy distintas: la mujer del César debía ser una mujer intachable, y, además, parecerlo, ante los ojos de los súbditos de su importante esposo; la mujer de Otelo no consiguió, ante él, alcanzar el poder de convicción que su fidelidad irreprochable merecía.
Lo que ya no nos atrevemos a analizar es el tipo de tragedia que se podría armar si ni Penélope fuera tan fiel como se presenta en el drama ni la mujer del César, pareciendo honesta, fuera en realidad cómplice en la malversación de los caudales públicos, la admisión de sobornos, la cara menos pública con la que se ocultaba el enriquecimiento ilícito de su marido.
El desarrollo de esta nueva trama y otras relacionadas ocupa la atención de jueces, políticos de las oposiciones respectivas, periodistas de investigación, directores de media preocupados por las finanzas, etc.
La cuestión movería a recogocijo sino fuera porque, además de espectadores, todos somos comparsas de la descomunal tragedia de la que empezamos a conocer el guión y algunos personajes de doble moral, pues lo que se ventila, al fin y al cabo, es la mejor manera de sacar adelante una obra común, que es la gestión óptima de la res pública.
0 comentarios