Con Japón
No ha sido el hombre, esta vez. No fueron aviones conducidos por fanáticos para destruir símbolos del progreso cristiano, sin preocuparse de quienes ocupaban ni edificios ni eronaves. No fueron tribus dominantes exterminando a congéneres peor alimentados y armados.
No fueron exaltados que pretenden convencer de que estarían mejor si se les dejara aislados en su cortedad intelectual, asesinando inocentes -todos los demás somos inocentes-.
Esta vez, el culpable no tiene otro nombre que la precariedad del material en donde nos han puesto la evolución y la genética. Un planeta que se enfría, formado por placas inmensas de material rocoso que se superponen y chocan al contraerse, y una masa de agua gigantesca para la dimensión del ser humano, agitada por esos movimientos de la corteza sólida y sujeta al influjo de los astros.
Los sobrecogedores sucesos de Japón han desatado algunas líneas de reflexión y muchas opiniones. Hemos llegado, a base de observación, estudio e hipótesis, a explicar bastante bien el comportamiento de este soporte físico.
Es cierto también que lo hemos contaminado, calentado, explotado hasta casi su extenuación y poblado con una densidad que no hubiéramos imaginado, no ya los antepasados cavernarios, ni siquiera nosotros mismos. Nos ha sido imposible, hasta ahora, ponernos de acuerdo sobre otro objetivo que no sea el aprovechar al máximo lo que tenemos a disposición.
Desgraciadamente, no controlamos todos los efectos de la naturaleza y, aunque podemos detectar con antelación casi todos los que tendrían resultados catastróficos, y hemos procurado protegernos contra ellos (más donde viven los más ricos), no podemos reaccionar a tiempo contra los que son muy graves y se producen muy cerca.
Casi siempre lo que echamos en falta es el tiempo. Nos falta tiempo. Diez minutos no han sido suficientes para salvar esos miles de vidas que hn sucumbido ante una ola gigantesca que se llevó todo por delante.
Y, además, no podemos preverlo todo, ni protegernos, por tanto, cuando los accidentes se presentan a su máximo nivel de ocurrencia, con las mayores capacidades destructivas.
Algunas de las casi 50 centrales atómicas de Japón se han visto gravemente afectadas por el terremoto de grado 9. Parece que en dos de ellas se ha iniciado la fusión del núcleo del reactor.
Los técnicos japoneses, auxiliados por especialistas de todo el mundo nuclear, y reforzados con las oraciones y plegarias de los creyentes más variopintos, se esfuerzan en controlar la situación.
Lo conseguirán, a pesar de los gritos de yatelodecíayo, la algarabía, de quienes creen hacer un favor pidiendo que renunciemos a lo que ha pasado a formar parte de nuestra esencia: vivir lo mejor posible. Y la energía nuclear es imprescindible para ello. A pesar de los que chillan y a pesar de los riesgos que supone el que la Naturaleza y el azar nos lo seguirán poniendo muy difícil.
Tenemos confianza en que vencerán, venceremos. Vencer o morir, esa es la máxima. No hay medias tintas.
Estamos con Japón, con los japoneses, junto a su dolor, y con confianza en la fuerza de la inteligencia y el saber hacer contra la de la naturaleza. Os admiramos, compañeros.
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