Desde la ingenuidad
Pertenecemos al grupo de quienes creen que aunque la humanidad ha avanzado mucho técnicamente -lo que resulta incontrovertible si se analizan los descubrimientos prácticos que han mejorado el bienestar de la población mundial (eso sí, con importantes variaciones entre unos y otros)-, no hemos resuelto a satisfacción ninguna de las dudas sustanciales que tranquilizarían definitivamente nuestra ansia de conocer qué hacemos aquí, por qué razones superiores (si es que tales existieran) y lo que será de nosotros, en el caso improbado de que, después de la muerte, tengamos otra ocupación, conservando en ese supuesto estado al menos lo mínimo que nos permitiera reconocernos como lo que ahora creemos ser.
Esta preocupación filosófica ha llenado muchas horas de pensadores de variado nivel y ha dado nacimiento a teorías, algunas de ellas muy elaboradas, teniendo como base relatos no coincidentes sobre la comunicación de los dioses con los seres humanos, sus designios manifiestos y, lo que resulta mucho más grave, ha provocado interpretaciones muy interesadas por parte de ciertos grupos, a lo largo de la historia real, para invadir tierras de otros, robar sus pertenencias, sojuzgar sus voluntades y matarlos en nombre de esos espíritus superiores que nadie ha visto, al menos, que se pueda demostrar con pelos y señales.
Si se contempla la situación actual del mundo, sin fanatismos ni construcciones a priori, veremos con intranquilidad que sigue habiendo déspotas que niegan la razón a quienes proponen alternativas de progreso, aunque estén apoyadas por mayorías, que se siguen dedicando ingentes recursos a armarse con potenciales cada vez más destructivos y mortíferos, o que se siguen ocultando avances tecnológicos para exprimir al máximo en provecho de unos pocos las soluciones que permitirían la mejor distribución de lo que se tiene y la potenciación de lo que se podría conseguir.
Desde la ingenuidad, procede preguntarse porqué no se toman decisiones que serían satisfactorias para todos, en la economía, en la educación, en la sanidad, en la cultura, en el empleo. Porqué los líderes no se ponen de acuerdo en resolver aquello que los que más saben indican que procede hacer: en los terrenos del ambiente, de la energía, de la gestión eficiente de los recursos naturales y de las disponibidades financieras.
Es descorazonador tomar por evidente que no nos traerá 2011 más paz, ni más orden, ni más respuestas a lo que debiera preocuparnos más allá de la obsesión por el hedonismo fácil, del placer efímero. Ojalá que la ética y las devociones religiosas coincidan, al menos, en lo que resulta más elemental: no hacer más complicada la existencia de los demás y encontrar la tranquilidad en poder hacer, desde la modestia de las capacidades de cada uno, lo más adecuado para mejorar algo lo que nos rodea, avanzando no solo en el bienestar tecnológico, sino en la satisfacción de estar más próximos a las respuestas a porqué, para qué, con quién y contra quiénes.
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