Sobre cómo se las gasta el Estado
Los altos mandatarios de algunos países no saben cómo comportarse con el micrófono en la mano, y lo más urgente que deberíamos hacer es enviar a estos torpes responsables a la Escuela, para que aprendieran algo acerca de los efectos de lo que dicen sobre la tranquilidad de la población y, más en particular, sobre los mercados financieros.
Lajos Kósa, vicejefe del partido de Gobierno, afirmaba contundente el 4 de junio de 2010, que la situación de Hungría era comparable a la de Grecia y que el anterior partido gobernante, del que la nueva coalición tomó el relevo hace una semana, había ocultado la información financiera que llevaba al país al borde de la suspensión de pagos. No necesitaban más los asustadizos poseedores de dinero para espantarse, una vez más, de los apriscos de la Unión Europea, a pesar de que Hungría no trabaja con euros, sino con florines, y de que el PIB de este país es del orden de una centésima parte del conjunto de la citada agrupación.
Alarmados por las repercusiones de lo que, en principio, no debía ser más que una llamada de atención sobre lo difícil que habían encontrado la casa estatal húngara, tres días después, otros portavoces del gobierno rectificaron las declaraciones, bajándolas de tono hasta dejarlas en tonillo, y otros ministros de otros países europeos -entre ellos, la experta en economía internacional Elena Salgado-, se apresuraron a respaldar que Hungría estaba tomando drásticas medidas de contención del déficit público... y patatín, y patatán.
Es muy conveniente que los ciudadanos y sus dirigentes sepan que las opciones que tiene el Gobierno de un país para corregir la marcha de su economía son muy limitadas. Por supuesto, puede optar por mentir durante un cierto tiempo presumiendo de solvencia ante las entidades prestamistas internacionales, y endeudarse más de lo que debiera, por lo que llegará un momento en el que no podrá atender a los pagos de devolución de intereses y capital, y tendrá que pedir un aplazamiento y renegociar la devolución en un período de tiempo mayor.
Si se ha comprometido a pagar en dólares, por ejemplo, como tendrá que comprarlos en el mercado, tendrá que vender lo que tiene -en dólares, preferiblemente- y, perdida su credibilidad, si debe comprarlos pagando en su moneda, ahora más débil, no le quedará otra opción que devaluarla para que se la acepten.
Para no complicar el cuento, con´centremos estas observaciones rápidas en los gastos del Estado. Son, básicamente, los salarios de sus funcionarios, el sostenimiento de las estructuras básicas asumidas por la Administración pública -ejército, correos, transporte, investigación, etc., en la medida en que se haya acordado así-, las atenciones sociales (pensiones, prestaciones a desempleados, servicios asistenciales de educación y sanidad, fundamentalmente), los intereses y las devoluciones de los préstamos -debidamente periodificadas-, con los que se han realizado obras con cargo a las finanzas públicas y los pagos de las obras que se hayan asumido directamente, con el dinero que había en la Caja del Estado.
Los responsables de mantener la oposición a los Gobiernos, cuando las economías crecen (lo que supone, dicho de forma básica, más ingresos: más recaudación de impuestos y menos gastos: menos prestaciones de desempleo), expresan que hay que hacer más obras, o distintas, o que hay que dedicar más dinero a investigación, a defensa o a renovar infraestructuras y aumentar las pensiones. Cuando las economías bajan, se callan, y solo piden que el Gobierno dimita por incompetente.
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