Sobre la traducción del lenguaje poético
Esa forma peculiar de literatura que es la poesía, manifiesta su idiosincrasia, en especial, cuando se la traduce.
Porque, a diferencia de otras expresiones literarias en las que el traductor puede, sin mayores problemas (supuesto que conozca bien ambos idiomas, lo que no siempre sucede) guiarse por el original para, de manera bastante automática, obtener un resultado satisfactorio, con la poesía hay que estarse con mucho más cuidado.
Hablamos, obviamente, de la poesía lírica, que es la única forma de poesía que merece la calificación de arte poético. Y no nos referimos a la imposibilidad para reproducir las rimas y cadencias del original en la versión traducida, sino a la necesidad de que el traductor vuelva a sentir, como autor devenido, la misma o parecida emoción que el autor. Es decir, se convierta en un lector entregado de los poemas, los recree, sentimentalmente hablando.
Por ello, nos resultan, en general, lamentables los esfuerzos -baldíos- de algunos traductores de poemas para encontrar rimas -asonantes, pues las consonantes resultan ya por su naturaleza imposibles-, creyendo que así son más fieles al original.
No reside ahí, en nuestra opinión, el problema. La buena poesía lírica utiliza cadencias internas con las que el autor, apoyándose, a veces -no siempre- en aliteraciones, palabras poco usadas en el idioma, metáforas o combinaciones de vocablos, frases y modismos que pueden no tener sentido más que en el lenguaje de partida, se transmite un todo emocional que, si está bien construído, no admite retoques, vaciados ni apuntalamientos.
Y menos, en otro idioma; y mucho menos, por quien no ha sentido el mensaje de lo que está traduciendo, por imposibilidad emotiva, por autocomplacencia creativa (utiliza el texto como pretexto para hacer otra cosa), por ignorancia de la tremenda dificultad que supone trasladar a otra lengua lo que, seguramente, solo puede expresarse con plenitud en la primera.
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Miguel -