Sobre aquellos polvos de los que vienen estos lodos
En Kolontar, Devecser y otras pequeñas localidades húngaras creyeron que se trataba de una riada del Torna, un mísero afluente del gran Danubio, y se limitaron a cortar la luz, recoger el ganado y esperar que la corriente amainara.
Pero el 6 de octubre de 2010 las aguas rojas no eran como otras veces. Su pH correspondía al valor de 13, porque provenían de la rotura de la balsa en el que la empresa MAL contenía (de forma técnicamente no explicable y, en todo caso, está claro que de forma no suficientemente segura) los residuos corrosivos de la fabricación de aluminio.
La rotura brusca de la balsa de lodos húngara ha vuelto a traer a la memoria el accidente de Aznalcóllar (ocurrido el 25 de abril de 1998), y las crónicas dicen que se está tomando como modelo de referencia el protocolo de actuación que se siguió allí. En aquel caso, en la ensenada sevillana, no resultaron afectados seres humanos. En este, para que la desgracia sea completa, ha habido ocho muertos, varios desaparecidos (o sea, muertos) y 150 heridos, con quemaduras más o menos graves producidas por el líquido rojo.
En Aznalcóllar, la balsa de residuos, de 8 Hm3, perteneciente a Boliden-Aspirsa, al romper, liberó líquido de pH bajo (con alta acidez, por tanto). El Tribunal Supremo condenó a la empresa a pagar 45 millones de euros de indemnización por los daños, aunque el dinero público empleado en tratar de corregir la catástrofe ecológica es bastante superior.
Hay miles de balsas de residuos en el territorio europeo, con diferentes niveles de peligrosidad y estabilidad. Solamente en España, Greenpeace dice tener localizadas 743 balsas de residuos tóxicos, muchas de ellas abandonadas al cesar las explotaciones mineras que las generaron. La Unión Europea tramita las denuncias presentadas contra las minas de Las Cruces (Sevilla), Cerro Colorado y Aguzaderas (Río Tinto), y Aguas Blancas (Badajoz), estando también denunciadas las balsas de estériles que produjo la fiebre del oro de Belmonte (Asturias).
En la Unión Europea puede haber más de 5.000 balsas. Es imprescindible realizar un inventario completo de las mismas, que contenga la valoración de su estado, la determinación de los responsables de su mantenimiento y cuidado y, por supuesto, los protocolos de actuación para el caso, ya sabemos que improbable pero posible, de que puedan romperse.
Están en juego vidas humanas, sistemas ecológicos, entornos paisajísticos, acuíferos y terrenos. Pero también está en juego la credibilidad de la técnica y el juicio por el buen hacer y la responsabilidad ética de los profesionales que ejecutan los procedimientos. No se apele al azar sin necesidad, cuando lo que falta es la determinación empresarial, la eficiencia del controlador y la honestidad de quienes, sabiendo, no hacen bien las cosas porque cuesta más dinero.
Eso sí, que no se alarme a la población sin motivo, o difundiendo medias verdades o elucubraciones tremendistas. El accidente de Kolontar ha llamado la atención sobre la balsa que Alcoa mantiene en San Ciprián, con residuos de la producción de bauxita, a los que se cataloga como "no muy distintos de los que han causado el desastre en el país centroeuropeo" (EM, 10 de octubre de 2010, Rosa M. Tristán).
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