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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre decorados, Vogue, Obama, simbologías y frivolidades

I

El presidente norteamericano Obama ha aprovechado sus vacaciones de agosto para ordenar cambiar el decorado del despacho oval, en la Casa Blanca. No ha mandado tirar todos los muebles a la basura (salvo una mesita), sino que los ha conservado. El cambio se concreta en el papel pintado, la alfombra y el tapizado de los sillones.

Es imposible no caer en la tentación de ver un símbolo en esta acción. El superpresidente no ha querido realizar una purga drástica: interpretando que el mobiliario de ese despacho está asociado por el pueblo norteamericano -y, de paso, por una importante porción del ajeno- a la Historia sagrada de la nación más afortunada de la Humanidad, ha preferido limitarse a un cambio "light".

El mensaje es, por tanto: "seguiré fiel a lo sustancial, pero cambiaré algunas formas; además, mis actuaciones no serán improvisadas, sino que me atendré a máximas de valor universal" (Obama ordenó grabar frases emblemáticas en la tarima).

II

A miles de kilómetros de distancia intelectual, una publicación de postín, Vogue España, en su número 270 (septiembre 2010) de un paso sustancial hacia la plena frivolidad. Sus 330 páginas son una exaltación del desnudo del cuerpo femenino, de la belleza como arma segura para el triunfo, una invitación a la obsesión convulsiva de la compra de joyas, vestidos caros, maquillajes de efecto (muchas fotos muestran a mujeres semidesnudas cargadas con bolsas de tiendas).

Las entrevistadas exponen los simples argumentos que las condujeron al éxito social, entre los que destaca -como pretenden demostrarlo las imágenes que acompañan al escaso texto- a una controlada impudicia.

Vogue es, por su difusión y calidad, una revista política, influye socialmente. Hace unos años, las ministras españolas posaron para ella, vestidas de pasarela, sobre un sofá cubierto con pieles de felinos. Se estimó, por algunos, que se trató de un error grave de aquellas señoras que tenían ante sí cometidos muy serios para un país al que, sin ser un visionario, se le adivinaban varios problemas estructurales.

Hoy, pasado el tiempo, entendemos mejor que para las de las posaderas pudo haber sido un error, pero para Vogue, no. Y para todos, fue la oportunidad de una constatación, un síntoma.

La frivolidad gana por mayoría. En las altas esferas, se trata de cambiar los decorados; y en las más bajas, apurar el empleo del maquillaje, enseñar algo más de pierna y teta. En todos los casos, una añagaza para que no se note tanto el hueco de los cerebros, la ausencia de soluciones o la falta de voluntad para llevarlas a cabo. 

En España, la cuestión está tan clara que ya resplandece. De ahí la pugna por la apariencia personal de ministras y alternativas, las batallas por lograr mayor encanto y poder de seducción que de ellas -también, en su caso, de ellos- nos ofrecen los media, los caros trajecitos a la moda, sus cuidados maquillajes, los cambiantes cortes de pelo de alto salón, los liftings, implantes y botox.

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