Sobre hábitats científicos y rurales
Hace tiempo que deseábamos dedicar uno de nuestros comentarios a Mariano Barbacid, un bioquímico español nacido en la triada prodigiosa del 47-49, de inconfundible rostro, que ha dedicado decenas de años de investigación a tratar de descubrir cosas sobre el cáncer.
Y ha descubierto muchas, sobre el cáncer y sobre los seres humanos en general. También ha hecho descubrir algunas, a aquellos de sus compatriotas que tienen la mente suficientemente despierta (aún) para analizar las razones de lo que sucede alrededor.
En septiembre de 2009, después de 10 años de dirección del Centro Nacional de Investigación Oncológica (CNIO), creado por el gobierno de Aznar para que Barbacid, un exiliado tecnológico que había hecho su carrera de éxitos en Estados Unidos, se volviera a España, anunció que lo dejaba, "para dedicarse a la investigación y a su familia".
Por supuesto, no le faltaron problemas en estos años, que alcanzaron, casi, mayor difusión que los éxitos de un Centro que -hasta recientemente- "se dedicaba a investigar con ratones".
Para algunos, Barbacid era "autoritario", y engreído; otras voces apuntabon a que nunca se debería haber nombrado director de un centro de investigación de ese tipo a un científico que jamás se había propuesto volver a residir en España, y que dirigía el Centro poco menos que por teléfono; dos de sus más "estrechos colaboradores" -el matrimonio Luis Serrano-Isabelle Vernos- dimitieron en el pasado septiembre por discrepancias con él.
En julio de 2010, mientras se mantenía la situación de interinidad en el CNIO, el Ministerio de Investigación, que coordina Cristina Garmendia, decidía concederle el Premio Ramón y Cajal -a través del secretario de Estado Petriz-, en reconocimiento a su carrera dedicada a la investigación bioquímica.
Mariano Barbacid lo rechazó con el argumento de que "esos premios suscitan envidia". Más o menos sobre la marcha, se decidió nombrar como premiada a María Blanco, investigadora en el Centro; la publicación de la lista de todos los premiados, permitió descubrir que el equipo de Garmendia-Petriz había concedido otro Premio a Carlos Martínez, el antecesor del segundo en el cargo de Secretario de Estado de Investigación.
Los hábitats científicos son semejantes, mutans mutandis, a los rurales. A todos nos gusta mucho disfrutar del campo, pero nadie quiere cuidarlo, ni tomar consciencia de lo que necesitan los agricultores para subsistir con él.
En consecuencia, el campo se abandona, los agricultores se van a la ciudad o mueren de asco sobre la tierra que nada útil produce, más que fotografías digitales para llevar de recuerdo de las vacaciones, y la maleza cubre rápidamente los caminos, que se hacen intransitables.
Sic transit gloria mundi.
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