Blogia
Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre creencias, ideologías y tendencias

Los escépticos perderán siempre las batallas. No importa el campo en el que se ventilen sus fuerzas. Porque para vencer en algo, hay que estar convencido de lo que se defiende y tener claro el objetivo de lo que se pretende.

No estamos definiendo un panorama idílico ni nos agarrota un ataque de ingenuidad exasperante. No. Por el contrario, estamos advirtiendo que el poder se está desplazando, y rápidamente, hacia el lado de los que tienen creencias, ideologías y, especialmente, fanatismos.

Podría pensarse que esa deriva no es, en si misma, mala. Tener devociones y, por tanto, creencias, dignifica al ser humano, confirma su naturaleza racional.

Sin embargo, si repasamos la Historia, nuestro colectivo no ha avanzado hacia la selección de las creencias, recogiendo de las enseñanzas de la práctica, las que resultaron más eficaces, sino que se ha ido decantando por las más perversas.

En el terreno de la ética, no estamos mejor que hace dos mil años. No estamos, desde luego, arrojando cristianos a los leones, pero sí que es posible constituir un espectáculo, aún más soez, dilapidando adúlteros.

Si de religiones se prefiere hablar, el siempre respetable avance del escepticismo, ha corrido paralelo con el progreso de las creencias en divinidades estrambóticas, que manipulan el estúpido deseo masculino de la superioridad del hombre sobre la mujer, la reconquista de espacios sagrados o la conservación de hábitos, costumbres y dietas que no superan la primera criba de la racionalidad.

Pero no hablemos de religión. Pensemos en espacios políticos "irrenunciables", en las (mal) llamadas culturas propias, en los nacionalismos orgullosos de sus esencias y cualquier aberrante consideración de que algunos son superiores a otros, por haber nacido en una esquina del mundo.

Incluso, hay que estar atentos a detectar los que se creen diferentes, no por sus propias capacidades y méritos, sino por pertenecer a una etnia, a un grupo, a una secta o montón de individuos a los que aglutina una devoción que les confirme como élite.

Porque, aunque seamos cada vez menos, aún subsistimos quienes estamos convencidos -de eso sí, y no nos moverán- que el desarrollo del ser humano está en conseguir que, algún día, no se necesiten leyes ni castigos, ni órdenes, ni amenazas, para satisfacer un objetivo de máximo alcance: que todos los seres humanos merecemos el mismo respeto, disfrutar de la misma libertad, y no para hacer lo que nos apetezca o nos de la gana, sino para mejorar en conjunto.

Sin discriminaciones. Sin otras diferencias que no sean para ayudar a los más débiles, a los que hayan nacido más desfavorecidos, a mejorar, a disfrutar de lo que no pertenece a nadie en particular, sino que sirve para aumentar el acervo común de todos.

Es un objetivo utópico, lo sabemos. Pero no nos dejaremos avasallar por los que creen que legislando sobre los espacios de libertad, restringiendo el uso de lo que es de todos para aumentar su propio beneficio, intentan convencernos de que avanzan hacia algún sitio.

O vamos todos juntos, o no vamos. Tiempo, al tiempo.

0 comentarios