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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el irresistible encanto de la frivolidad

Sobre el irresistible encanto de la frivolidad

No sería la primera vez que, pretendiendo enterarme de las noticias del día, al enceder la televisión doy de bruces con uno de esos programas dedicados -dicen- al corazón que, en realidad, creo que están destinados al cerebro.

Barrunto que el lector, buscando complicidad, habrá entendido que pretendo reflejar que esa combinación de imágenes de hostigamiento casi diario a personajes admirables por su paciencia, a los que se asalta al bajar del coche, en los aeropuertos, a la salida del restaurante  o a la entrada de sus casas para preguntarles cómo les va con la familia y provocarles confesiones a golpe de micrófono ensartado entre sus dientes acerca de sus sentimientos respecto a las aventuras amorosas de sus ex, me parece que solo interesaría a indiagnosticados enfermos mentales que buscan en la introspección en la vida de los otros alguna compensación a sus frustraciones privadas.

Pero no es así. Confieso que me interesan, y mucho, las vivencias de estos famosos. Son el material para mi estudio sociológico respecto a mis coetáneos y mi deseo de aproximarme, aunque sin éxito hasta ahora, a su atención, que desearía atrapar fervientemente.

Miro con envidia los éxitos de audiencia de esos captores de opinión que son capaces de convencer a millones de ciudadanos de que es importante para su tranquilidad emocional saber con quién se acuesta Fulanita, dónde se viste Menganito o en qué lugar han pasado sus vacaciones Zutano y Perengano.

Me gustaría profundizar en los resortes que mueven sus decisiones de aupar a nuestras vidas a personas anodinas, que hacen cosas idénticas a las que haría cualquiera de nosotros, pero que cuyas vicisitudes se nos convierten en necesarias, más imprescindibles que saber por dónde andan miembros de nuestra familia o el destino que nuestro empleador o el responsable de la Hacienda pública dará a las horas que dedicamos a hacer lo que nos mande o a los dineros que se nos birlan como impuestos.

Y sucumbo al misterio. Solamente atisbo alguna respuesta cuando constato, como el monigote de la sabia viñeta con la que ilustro este inane comentario, que hay muchos más amigos interesados en saber que estoy tomándome un cafelito mientras escribo estas líneas que en profundizar en las razones por las que me siento cada día ante el ordenador para tratar de reflexionar sobre lo que, aunque a muchos no les parezca relevante, me interesa.

 

 

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