Sobre el coste de no estar de acuerdo
Discutir es un deporte nacional, y estar en desacuerdo, una postura que se utiliza continuamente, sin valorar generalmente las consecuencias. Y deberíamos ponernos en situación de hacerlo. Porque no estar de acuerdo tiene efectos en múltiples ámbitos -sicológico, terapéutico, político, etc- y, puesto que estamos en época de vacas flacas, debe tenerse en cuenta su repercusión en el ámbito más importante del momento nuestro entorno supuestamente desarrollado: el económico.
Fijándonos en lo más cercano, no siempre se puede saber en qué consiste la discrepancia entre los dos partidos principales en España. A veces, se tiene la impresión de que se intercambian los papeles ideológicos, porque su objetivo principal es mostrar la falta de sintonía con el contrario. Algunas medidas propuestas por el Gobierno socialista son propias de un Gobierno liberal preocupado por tener contentos a los grandes empresarios y a los banqueros, y ciertas afirmaciones de los representantes del PP parecen surgidas de la más genuina defensa de los intereses de la clase trabajadora.
Pero no es lo habitual que las posiciones propias se plasmen, en el caso del Gobierno, con justificaciones convincentes, ni que, en el caso de la oposición principal, los desacuerdos se traduzcan en la presentación de alternativas o de propuestas de colaboración para salir de los baches. Quiá. Los portavoces y representantes políticos más cualificados del PSOE como del PP expresan continuamente latiguillos vacíos como "La oposición carece de ideas y propuestas", o "El Gobierno no ha hecho los deberes", pero pocas veces se expresa en qué se basa, exactamente, el desacuerdo y, no digamos, cuáles son las propuestas concretas para superarlo.
Sería aconsejable que aprendiéramos a calcular el coste de no estar de acuerdo, de no arrimar el hombro a la propuesta que no se nos ha ocurrido a nosotros, sino al contrario, pero que es válida y, en verdad, nos hubiera gustado haber sido sus autores.
Las consecuencias de no saber o no querer calcular el coste del desacuerdo son muy graves. Porque existe un coste por aplazar la reforma de las pensiones, por no abordar la revisión de los planes de la educación escolar, por estar en desacuerdo con la política sanitaria o asistencial.
Existe un coste por la falta de criterios para impulslar nuevas iniciativas y apoyar con algo más que buenas palabras a posibles nuevos emprendedores, en un país en el que se necesitan 500.000 proyectos con capacidad para emplear cada uno a 10 personas, si queremos absorber los casi 5 millones de desempleados que quieren trabajar y no tienen dónde.
Existe un coste por haber creado confusión en la estrategia de captación de inmigrantes no cualificados, que ahora son un evidente lastre -pobres engañados- para nuestra política de empleo y asistencial, incluída la enseñanza de los agrupados familiarmente. Existe un coste por la falta de consenso en reestructurar una Universidad, que necesita un repaso desde los planes de estudio, las carreras, la proliferación de mediocres campus de saber y un caos de caciquillos y reinos de taifas.
Existe un coste en no estar de acuerdo en poner en claro qué significa para el país cargarse con currícula de universitarios con títulos costosos pero de escaso valor práctico. Habría que saber calcular el coste de no estar de acuerdo con la reforma del modelo energético y de no haber sabido hallar la plasmación de un mix razonable, y que sirva para impulsar tecnológicamente al país y no para lastrar aún más su deuda. Existe, por supuesto, un coste para el desacuerdo en la estrategia militar y en la llamada ayuda humanitaria prestada, nos tememos, sin mucho control.
Existe un coste por mentir respecto a la realidad, porque no se está de acuerdo en pedir ayuda para solucionar lo que no se sabe cómo corregir, y se prefiere ocultar hasta que estalla. Como tambiéen existe un coste por no impulsar la realidad investigación y, en lugar de vender como logro político haber atraído a un figura desde el exilio para que dirija un centro de nueva creación sin dotación material, apoyar equipos de jóvenes investigadores y dotarlos de buenos medios.
Ponga el lector el énfasis donde más le duela, y calcule, aunque fuera de forma aproximada, el coste que nos provoca el que nuestros políticos no estén de acuerdo.
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