Sobre la planificación de la vida que nos queda
Posiblemente la felicidad tiene que ver con la concreción de las expectativas personales a lo que es factible.
Si desde niños somos educados a fijarnos metas altas, la frustración nos estará acechando. Pocos serán los elegidos y la comparación con los logros de otros, más ineptos o peor formados (siempre en apreciación subjetiva), nos hará pensar en la inutilidad del esfuerzo propio y provocará desilusiones que habrá que vencer.
Una cuestión relacionada, aunque indirectamente, tiene que ver con la actitud de quienes creen que van a vivir eternamente. Con cincuenta años, se comportan igual que si tuvieran veinte, y se entregan con la misma ilusión a nuevas aventuras.
No estamos criticando tal comportamiento, en absoluto. Negar la evidencia de que la vida es finita, de que las fuerzas se acaban, y de que lo que iniciemos en la tercera edad es probable que no podamos terminarlo o no lleguemos a disfrutarlo, puede ser una forma de autoengaño, pero también puede constituir -y ojalá sea el caso- una manera de mantenerse activo, útil, eficaz.
Morirse con las botas puestas -como reza el dicho- es un objetivo muy loable.
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