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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre Asturias y porqué

Venimos expresando, sin intención de molestar, que Asturias ha sido utilizada, especialmente en la Historia moderna, por los poderes públicos (pero no solo: también por los privados), como banco de pruebas de España.

Las ventajas naturales de la región son bien conocidas. Posee un paisaje diverso, que hace pensar, recorriendo la distancia de pocos kilómetros, en la naturaleza impoluta o en la destrucción provocada por la ávida explotación de los recursos de la tierra. La concentración de paisanaje, en un círculo de apenas 15 km de radio, que suponen ciudades tan distintas como Oviedo, Gijón, Ávilés o Langreo, no puede hacer olvidar, a poco que se salga el visitante de esa almendra porosa, que existe una periferia de pueblos y villas que mantienen una personalidad variada, justa y, por ende, orgullosa.

Como consecuencia de la era industrial y del desarrollo tecnológico, Asturias ha visto su pacífica geografía mancillada por las explotaciones hulleras, las humeantes siderúrgicas y plantas de próducción de energía o la frenética actividad de puertos y astilleros, entre otras actividades  que coexistieron con lo bucólico de una ganadería de subsistencia y una agricultura de lo exquisito pero escasito.

En Asturias han nacido, crecido y enfermado (y tal vez, incluso ya estén muertos), el sindicalismo, el republicanismo, el izquierdismo, y, para no hacer largo el cuento, casi todos los ismos que en el mundo han sido. Convertida hoy en una región subvencionada, a pesar de todos los esfuerzos por implantar nuevas tecnologías, abrir otras vías, cambiar desde las fábricas de toneladas a la finura de los servicios turísticos y la atención personalizada, no hace falta ser un lince para captar que no se ha conseguido ilusionar al personal, y que la mayoría de los brotes verdes se vienen secando tercamente, aunque se rieguen con la palabrería de la autocomplacencia.

Asturias es una región hermosa, pero triste. Conserva muchos de los encantos de juventud, pero se la ve con las arrugas de un cambio de piel que no acaba de llegar, quizá porque se anunció como conseguido muchas veces y se vendió demasiado pronto.

Cada vez que viajamos por Asturias, en donde seguimos teniendo el corazón, vemos, persistente, la esencia de España. Grandes capacidades y potencialidades, aunque dispersas, descoyuntadas, malutilizadas. Sin que sea culpa de nadie en concreto, tal vez. Simplemente, demasiadas individualidades luchando encarnizadamente por encontrar un hueco en el que poner su huevo, cuando se trata de hacer tortillas.

A riesgo de parecer devotos de José Antonio Marina (lo somos), recordamos aquí una de sus (falsas) anécdotas favoritas. Tres canteros trabajaban, bajo el sol abrasador de la canícula, en la plaza de lo que sería luego la catedral de Toledo. Un paseante se acercó a cada uno de ellos, interesándose por lo que hacían. "Pico piedra con este sol, y tengo mucha sed", dijo el primero. "Hago un sillar", explicó el otro. "Trabajo en construir una catedral", confesó, orgulloso, el tercero.

Tenemos que trabajar para construir obras como catedrales y, quienes nos dirigen, tienen que decirnoslo. Porque parece que solo estamos picando piedras. 

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