Sobre el enriquecimiento ilícito
El enriquecimiento ilícito, tan misteriosa como atractiva figura jurídica, incorporada a algunos códigos civiles y penales (sobre todo, latinoamericanos), tiene sus raíces, desde luego, en la ética universal. Por ello también, ha sido objeto de postulaciones especiales, con mayor o menor fuerza coercitiva, según el momento histórico, en los códigos morales que las religiones imponían a sus fieles. Se han escrito algunos libros sobre el tema y, suponemos, se habrán hecho varias tesis doctorales.
Aquí trabajaremos a un nivel más modesto. Porque, si bien la ilicitud del término hace referencia a la antijuridicidad (y ya se sabe que en el derecho civil está permitido todo lo que no está prohibido), la falta de tratamiento legal a la cuestión la deja en agua de borrajas o en simple pretensión argumental, que no podrá ser acogida por la jurisprudencia. Pero cuando tomamos como referencia la ética, la moral, lo que está bien o mal, la cosa cambia. Podemos incluso preguntarnos, ¿por qué tendrán miedo los legisladores, tan proclives a emitir leyes sin cuento, para tratar la importante cuestión social del enriquecimiento ilícito?
Como principio moral, sería posible argumentar que todo enriquecimiento que se aprovecha del desconocimiento o del estado de necesidad del otro es ilícito, por ser contrario a las condiciones necesarias para una vida pacífica en común y poner en cuestión la solidaridad que debe regir la actuación de los seres humanas. Pero es justamente con esta base con la que se hacen y han hecho grandes fortunas.
En una economía de mercado, la oferta y la demanda se admite teóricamente que sirven para fijar el precio. Quizá el sistema sirva para el caso ideal de un sistema abierto, con múltiples ofertantes y productos y libertad del comprador para decidir, al contar con dinero suficiente, capacidad y movilidad.
No es el caso en multitud de ejemplos. Existen ofertas que tienen escasa competencia y cuyo precio no lo fija el mercado sino los movilizadores de necesidades. Podemos traer a colación la cuestión de los futbolistas de élite, que reciben honorarios fuera de toda proporción con otros salarios, en relación con el esfuerzo que realizan y el tiempo que dedican al trabajo. Como ahora se puede medir todo, sabemos que un futbolista medio, en los 90 minutos de un partido, recorre unos 11 km. Si atendemos a lo que percibe alguna figura, se puede calcular el precio pagado por km y echarse la manos a la cabeza.
No nos cebemos en lo fácil. Pongamos la cuestión del enriquecimiento ilícito sobre cualquier aparato de una nueva tecnología, cuya fabricación está todavía al alcance de muy pocos. Más que la técnica (y podemos fácilmente admitir que el inventor del equipo poco beneficio sacará de su creatividad), lo que cuenta es el gasto masivo en publicidad que la empresa comercializadora realizará para convencernos de que su adquisición es imprescindible para aumentar nuestro bienestar.
La generación de necesidad por la publicidad, lo que se llama "lanzamiento del producto· es lo que actúa como verdadera barrera disuasoria para otsiders. Hemos pagado, a precios actuales, más de 20.000 euros por un ordenador que ahora juzgaríamos sin duda como completamente obsoleto, y que en el mercado actual, con increíbles mejores prestaciones, se puede encontrar por 600 euros en la tienda informática de al lado. ¿Cuánto le cuesta este equipo al fabricante, en realidad?...Lo sabrá él; el que lo compra, no; el que lo vende, tampoco.
No se sabe con exactitud el coste -y, por tanto, el precio justo- de casi nada de lo que se nos ha metido en la casa como imprescindible. No sabemos lo que puede costar una TV con multifunciones que jamás usaremos, un ipod, un iphon, un reproductor de dvds, ...
Es posible que, cuando se sepa algo mejor lo que le cuesta, los fabricantes líderes ya hayan lanzado un nuevo producto, para forzar a la clientela a cambiar el viejo y hacer su producción poco apetitosa, incluso a los que usen la mano barata de los países en desarrollo en donde las prestaciones laborales no son recompensadas adecuadamente. Pasa con los automóviles y la ropa de moda, y los cosméticos, y los detergentes, y las delicateseen. También. Con casi todo lo que recibe un apoyo publicitario masivo para meternoslo por las narices de nuestro consumismo convulsivo.
Los honorarios profesionales también sufren de importantes deformaciones. De nada sirven las orientaciones que se dan, a veces, desde los Colegios del ramo. ¿Preferiría Vd., por ejemplo, que defendiera su caso un bufete "de prestigio" o un abogado cuya placa encuentra al doblar una esquina? No se lo ponemos tan fácil. ¿Prefiere Vd. que se ocupe del tema un abogado con varios años de experiencia a las espaldas o un bufete en el que se dice que están actuando, bajo la dirección de un ex-ministro o un catedrático con supuesta dedicación exclusiva a la Universidad, cincuenta profesionales? ¿Por qué? No conteste, no hace falta.
Hay mucho que hablar del enriquecimiento ilícito. Una parte del fundamento de la propuesta de analizar en profundidad la cuestión, está en revisar, no la actuación del que oferta, sino del que demanda. Porque, muchas veces, es el cliente, el comprador, quien está pagando mucho más de lo que vale lo que adquiere o recibe, sencillamente, porque sí, porque no se ha parado a analizar para qué sirve lo que está a la venta, cuánto cuesta al que lo produce, y quién y para qué se le está incitando a que lo disfrute o lo compre.
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