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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la relación entre la formación universitaria y el botellón

Hace mucho, muchísimo tiempo, para distinguir a quien había pasado varios años de su vida empapándose de cultura en un lugar que gozaba de cierto prestigio social porque servía para formar a las élites intelectuales del país (hablamos de la Universidad), se decía que tenía "formación universitaria".

La formación universitaria era uno de los intangibles de la sociedad, que servía de parapeto defensivo y de tarjeta de visita para quienes ostentaban un título emitido por esa institución. Los licenciados universitarios sabían -en general- hacer más cosas, se expresaban mejor, alcanzaban por ello (y, en algún caso, por recomendación de sus papás) mejores puestos en el mundillo laboral y se alzaban con los lugares del funcionariado más apetitosos, porque estaban acostumbrados a ponerle codos al asunto.

Cuando terminaban la indicada "formación universitaria", consolidados en el empleo y con un par de hijos a la espalda, se referían a los buenos amigos que habían conseguido en aquellos años de Universidad, a los buenos ratos pasados en los momentos de descanso, a los métodos para preparar airosamente los exámenes,  y, sobre todo, a las horas de estudio, a los numerosos exámenes, a las concretas dificultades para superar alguna asignatura, a algún inolvidable docente o a la malauva de cierto catedrático.

La leyenda cuenta que universitarios fueron los que se movilizaron, más allá de las fronteras, para protagonizar una oscura acción revolucionaria que se llamó, no se sabe ahora bien porqué, "mayo del sesentayocho". Dicen también que en España, algunas facultades universitarias se distinguieron en reclamar libertades cuando la dictadura de un ser legendario sedicente Caudillo tocaba a su fin.

Hoy los estudiantes universitarios parecen los principales interesados en tirar por la borda el escaso prestigio que aún pueda quedar en la Universidad. La palabra "botellón" es utilizada a la menor ocasión para sustituir la idea de formación universitaria y, en ello, sean discentes de teleco como de industriales, medicina, minas o filosofía (no quisiéramos dejar a ninguno atrás: imposible citarlos a todos), rivalizan en hacer gala del espíritu menos respetuoso.

El botellón es reivindicado como paradigma de la conquista del campus universitario por su verdadero propietario, el estudiante. Puede que se considere un error gravísimo centrar la cuestión universitaria en esas fiestas multitudinarias en las que, por sus efectos, se bebe sin moderación, se ensucia y destrozan muebles, césped y decencias, manifestando con claridad la rebeldía hacia el orden y lo que provenga de un señor de perfil obsoleto en cualidades y autoridad, al que se llama Rector como se le pudiera llamar Perico de los Palotes.

Cada poco se asiste a una manifestación del espíritu universitario imperante. En marzo de 2010, por ejemplo, el Rector de la Universidad de Vigo, recordando lo sucedido en otras celebraciones, había prohibido que los estudiantes de Ingeniería Industrial celebrasen su San Pepe (una advocación heterodoxa del comienzo de la primavera, época en la que no hace mucho tiempo los futuros ingenieros industriales preparaban sus exámenes). 

Pero los estudiantes no aceptan prohibiciones de autoridad alguna, sean vigueses, sevillanos, madrileños o catalanes. Nada los impedirá venerar con otro botellón a San Teleco (espíritu imaginario convocado por los imaginativos estudiantes, surgentes para el caso de la dura ingeniería de Telecomunicaciones), hacerlo propio, esta vez con el añadido de petardos, cuando llegue Santa Bárbara o caer rendidos de devoción etílica ante Santo Tomás de Aquino, San Isidro Labrador o Santo Domingo de la Calzada.

Tal vez no sean estos revolucionarios que no se avienen a respetar autoridades, el daño que se hacen. A cada botellón, dejan el campus hecho unos zorros. Quizá muchos piensen que no es su problema, que los desperfectos deben limpiarlos otros, que para eso les pagan, les pagamos. No se han dado cuenta, seguramente, que están disparando contra su propio prestigio, contra el concepto de formación universitaria.

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