Sobre el chicle
No será necesario definir el chicle, pero por si acaso existiera algún lector que se preguntara a qué podemos referirnos, adelantamos un conato de precisión: chicle es la materia negro-parduzca que, en forma de mancha informe proporciona incrustaciones indelebles en todos los asfaltos, adoquinados, bulevares y paseos de nuestras ciudades.
Se han intentado máquinas para eliminar esa materia indestructible: durante algún tiempo se creyó que las inyecciones de nitrógeno líquido podrían provocar la contracción de la masa gomosa y facilitar su separación del sustrato soporte. Fracasaron los intentos de un tratamiento masivo. Cada incrustación -de tamaño aproximado 2 a 3 cm2- necesita un tratamiento individualizado. Por eso, las pegaduras de chicle forman parte del paisaje horizontal urbano.
Cierto que esa masa insípida y destructora de dentaduras también sirve para ser masticada, (nunca tragada, pues no constituye alimento reconocido). Dicen que así se relaja el mascante, seguramente a costa de la tranquilidad de quien lo observe. Encontrarse ante un empleado de cualquier negocio que masca chicle mientras farfulla frases destinadas a prestarnos atención, suele ser enervante. Hay incluso quienes, al mascar convulsivamente, parecen actuar como pequeñas máquinas machacadoras atascadas.
El chicle tiene múltiples aplicaciones, prácticamente todas ellas dañinas para el medio ambiente y la salud o los bienes terrenales del prójimo. Es fácil encontrarse chicles pegados en la zona inferior de casi todas las mesas de reuniones, desde las previstas para consejos de administración como para plenos municipales. Raros son los asientos de cines de barrio (ay, tan añorados en su versión primigenia) en los que alguien no ha dejado esa huella de su paso, y no serán muchos los paseos de los que se retorne sin tener adosado a la suela, como recuerdo, la llamada goma de mascar.
Por lo demás, con el avance científico, los chicles de sabores no saben a nada. Al cabo de un par de masticaciones, se convierten en lo que son, masas gomosas de calidad inalterable, indestructible, sórdida. Aunque son muchos los que los mantienen en su boca durante horas, segregando saliva a diestro y siniestro, su final es mayoritariamente único: la acera, en donde en pocos minutos se convertirán en estampado forzado del empedrado que los acogerá para toda la eternidad.
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