Sobre el papel de los sindicatos como agente social
Uno de los agentes sociales necesitados de remodelación en España son los sindicatos.
Como la autocrítica no es patrimonio natural de ninguna agrupación -sea del tipo que sea, política, religiosa o económica,...- vaticinamos que los sindicatos no realizarán la revisión de sus principios y móviles. Una lástima, porque el momento favorece la reflexión.
El fracaso en la convocatoria de la "manifestación general" del 23 de febrero de 2010 contra el propósito del Gobierno de ampliar la edad de jubilación desde los 65 a los 67, podría servir de estupendo pretexto para iniciar ese análisis, que, si se realiza con sinceridad y apertura de miras, habría de conducir a un cambio profundo, incluso drástico, en la selección y planteamiento de los objetivos sindicales, en la revisión de la mecánica de actuación de los sindicatos.
Y, no en último lugar, serviría para estudiar y corregir que la conexión de los líderes y mentores de los sindicatos con los partidos políticos se ha conformado como un lastre, que ridiculiza su fingida independencia, y les reduce capacidad y credibilidad.
Porque la realidad demuestra que la capacidad de atracción de estas pretendidas formas de ordenación de intereses colectivos han fracasado como tales. Los sindicatos, como los partidos políticos, a través de sus afiliados, ostentan una reducida representación social.
Unos pocos miles no pueden arrogarse la representación de todos (o de la mayoría), sino es por intermedio de una tarea seria, concienzuda y ardua, de provocación, captación, y selección de los deseos y las reivindicaciones de una mayoría que no está afiliada, respondiendo así, por captación, a.los propósitos de cambio de una población sobre la que no tienen más forma de control que la simpatía (o la empatía) de sus programas.
Cuando existían las clases sociales y no se había entrado todavía en el adormecedor desarrollismo, la sensibilidad para captar la preocupación de las mayorías era algo connatural por parte de los líderes políticos y sindicales.
Se estaban, en muchos casos, jugando la vida; eran gentes llenas de valor, rebosantes de ideas y de determinación y su capacidad para movilizar a los demás, radicaba en su propia pertenencia natural al grupo de los que reivindicaban el cambio. No necesitaban estar afiliados a nada. Eran. El cambio que pretendían, en sus orígenes al menos, no se presentaba de obtención ni simple ni pacífica, lo que obligaba a un compromiso tremendo.
El art. 7 de la obsoleta Constitución Española, heredera forzosa, en su terminología y condicionandos, de la época inmediata anterior, con la que oficialmente intenta romper drásticamente, indica misteriosamente que "los sindicatos de trabajadores y las asociaciones empresariales contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios. (...)".
Cabe preguntarse, con espíritu de investigación socio-lingüistica. ¿Propios de quién? ¿De sus afiliados? ¿Definidos por los profesionales que se han asentado en las poltronas de la representación?
¿Tal vez, propios de la idea de lograr el dinamismo social, la defensa de los intereses generales de los trabajadores y, sobre todo, de los que no tiene trabajo? ¿Tal vez, dimanantes de la idea de conseguir una sociedad más justa, más igualitaria, más honrada, más abierta, en la que los más capaces, los más trabajadores, los más honestos, tengan abierto, en beneficio de todos, el camino para lograr representarnos?.
En el momento actual, debiera ser evidente para los sindicatos que el prolongar un par de años la vida laboral de los que tienen trabajo no es lo más importante, si hay casi cinco millones de personas que no lo tienen, y hay -seguramente- más de cinco millones que lo tienen, y viven con el miedo a perderlo.
En el momento actual, debiera ser evidente que no hay que consumir mucho tiempo para lograr un Pacto de Toledo como propósito para salir de la crisis -aunque sí entendemos en interés del Gobierno para presentarlo ante la población dormida como un "logro social"- , porque los que pueden firmarlo no tienen ni la capacidad, ni las ideas, ni el conocimiento, para sacarnos de ella.
¿Qué se les va a ocurrir? ¿Hacer más fácil el despido? ¿No lo tienen ya fácil? ¿Reducir los impuestos de sociedades? ¿Es que tienen beneficios algunas empresas con la que está cayendo? ¿Dónde y porqué? ¿Trasparencia y ética? ¿Tendrán la vergüenza de proponerlo tienen corruptas sus alcantarillas?
La salida a la crisis, con este panorama, solo se conseguirá gracias a la capacidad de arrastre de las economías de las que dependemos fundamentalmente: alemana, francesa y norteamericana.
Porque para la reactivación sectorial de sectores preferentes, impulso a la inversión y colaboración público-privada, apoyo a la investigación aplicada, estímulo a la iniciativa juvenil, revisión completa de la enseñanza y de la docencia, y especialmente de la universitaria, persecución sistemática y no errática del fraude fiscal, renovación y modernización de la Justicia, renovación crítica de la función pública, etc., etc. para eso, hacen falta ideas, pensadores, conocimientos y compromisos sin condicionandos previos.
Mucha tela por cortar.
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