Sobre las réplicas del terremoto de Haití en República Dominicana y en otros países
Los enviados especiales de todo el mundo desplazados con ocasión del terrible terremoto que hundió aún más en la miseria a la mayoría de los haitianos y, en particular, a los que malvivían en Puerto Príncipe, se dividen en tres grupos:
a) periodistas de todo el mundo, fundamentalmente de las televisiones, acompañados obviamente de portadores de cámaras y equipos móviles y otros operarios, que toman testimonios ocasionales, aparatosos y elucuentemente gráficos de la tragedia, procurando entremeterse lo más posible entre los sufren, entre los que ayudan, entre los que viven su realidad. Porque la mejor noticia es la que tiene la mayor audiencia de quienes siguen el tema desde sus apacibles casas, tardíamente escandalizados por saber que existe Haití y muy sorprendidos y asqueados por descubrir que ese hipotético Estado no tiene ninguna organización administrativa ni asistencial, y que las ayudas que se habían prometido hace años para paliar otras desgracias, no llegaron o las que llegaron fueron pocas.
b) políticos de todo el mundo occidental, con evidentes ganas de aumentar su proyección popular local, recién llegados a la catástrofe con su uniforme de campaña y acompañados por un séquito variopinto de individuos con misiones bastante desconocidas salvo para ellos mismos, que prometen, ante las mismas cámaras anteriores o, más probablemente, ante las de sus propios servicios de propaganda, que no dejarán solo al pueblo de Haití, que les ayudarán a recuperarse rápidamente, con el mismo tono sospechoso con el que se comprometieron a disminuir las proyecciones de CO2, resolver la crisis económica financiera o ayudar al desarrollo en el mundo global.
c) y, en fin, profesionales y aficionados de las más diversas procedencias -algunos, ay, con camisetas en donde se ve a las claras el equipo al que pertenecen- que ayudan o tratan de ayudar a los dolientes, con los medios, por supuesto, escasos, insuficientes, inadecuados en gran medida, que tienen a su disposición: agua, alimentos, medicinas, ropa, tiendas de campaña, antisépticos, equipos de rescate, maquinaria para retirar cadáveres, heridos, escombros, etc.
¿Cómo va a haber bastantes medios materiales y humanos para resolver el problema de Haití, si hay más de 8 o 9 millones de personas afectadas, no ya por este terremoto, sino por su crisis estructural, endémica, inabordada?
Estabilizada la tectónica, recuperada una nueva calma -precaria- sobre la desgracia, no es difícil imaginar que Puerto Príncipe será foco de atracción para quienes, no habiendo sufrido los desastres del terremoto, tengan sus bienes a salvo y pretendan, faltos de escrúpulos, conseguir alguna ventaja de unas ayudas puestas de sopetón sobre la mesa, quién sabe con qué orden y concierto.
Matarán, amenazarán, robarán. Claro que habrá actos de pillaje, luchas por las ayudas y los bienes abandonados por las empresas sin guardas, por los huídos, por los heridos o por los muertos. Claro está que, si no se arbitra el control suficiente, las ayudas no llegarán siempre a quienes las necesitan, sino a quienes se apropien de ellas, a quienes levanten más alto la mano para decir, aquí estoy yo. Y para eso, hace falta tener fuerza.
Por eso es tan importante estar en el lugar, organizar las ayudas desde el propio sitio que las necesita, detectar en el popio campo del dolor y la carencia, a los verdaderos damnificados.
Es terrible que Haití no tenga Estado, carezca de una administración solvente, y la culpabilidad de que no los tenga no es del terremoto. Hace falta, por ello, organizar de inmediato, una estrategia de campaña, de guerra, con una dirección única sobre todos los medios.
Y existe otro problema. A nosotros nos causan también preocupación las repercusiones del terremoto de Haití en la República Dominicana. Separados ambos países por una frontera tenue, quienes hemos conocido en mejores tiempos -no mucho mejores- a Haití, sabemos que esa marca política estaba defendida por un férreo control militar y policial.
Porque aunque casi todos pobres para los estándares europeos, entre las dos poblaciones había clases: los dominicanos tenían más medios, estaban mejor organizados; sus estructuras adminsitrativas son más sólidas, la corrupción más soportable, el paisaje más fértil, la naturaleza menos esquilmada.
La forma más rápida de hacer llevar la ayuda que necesita Haití, y en particular, Puerto Príncipe, es desde la República Dominicana. En Santo Domingo debería organizarse la selección, agrupación y distribución de los medios disponibles, y ser canalizados hacia Haití mediante cadenas de vehículos en lanzadera, manteniendo un control estratégico, por así decirlo, militar, de lo que se está haciendo.
Para la distribución in situ, es imprescindible agrupar a los supervivientes, llevándolos -hay que convencerlos- a campamentos a unos kilómetros de los lugares asolados y controlando que la ayuda les llegue a ellos, y a todos ellos, no solo a unos pocos. Si no se hace esto así, no solamente habrá cien mil o doscientos mil muertos por el terremoto, sino otros tantos, por el hambre, la sed, las septicemias, las heridas infectadas, el cólera, la cólera.
Y hay que empezar de inmdiato la reconstrucción de la ciudad, con mejores materiales, desde luego, que la de las frágiles edificaciones que se han caído como castillos de naipes. Toda esa labor implica más que un ministerio, y una dotación de personal de de varios miles de personas, contando con material de uso inmediato y varios miles de millones de euros de presupuesto. (por ejemplo: 1 millón de afectados, sostenidos durante 1 año a razón de 700 euros anuales, suponen, solo para eso, 700 millones de euros a fondo perdido).
Reconstruir una ciudad totalmente derruída para 3 millones de habitantes es posible que cueste no menos de 30.000 millones de euros. ¿Hay donantes? ¿Hay interés? ¿Hay tiempo?
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