Sobre Aminetu Haidar y el Sáhara Occidental
Aminetu (o Aminetou) Haidar podría ser una mujer normal. Pero es una activista de la causa saharaui. No una cualquiera. En un momento determinado de su vida, cuando volvía de recoger un premio desde Nueva York, pecisamente por su defensa de las libertades humanas, las circunstancias la han puesto en primera línea de actualidad mundial con titulares mucho más destacados. Quiere morirse porque Marruecos no la deja volver a su patria, con su familia. Nos hemos ido enterando a trozos de su guerra, en la que solo está empleando su razón y su cuerpo frágil. En lugar de doblegarse ante los que tienen la sartén por el mando, para que la historia no pasara por ella, ha decidido no detenerse, ni arrodillarse, ni cambiar de rumbo. Emprendió una huelga de hambre que dura ya veinte días, y que arriesga convertirla en mártir de un objetivo absolutamente razonable: la autodeterminación para los saharauis, la libertad para su pueblo. Una causa que cuenta con todas las simpatías imaginables pero al que le ha faltado, además de las buenas palabras, la fortaleza de los apoyos imprescindibles sobre la mesa en la que los países grandes dan los puñetazos cuando quieren amedrentar a los dictadores. Aminetu tenía un pasaporte en regla que le fue retirado en El Aaiun, antes de un oscuro procedimiento plagado de tensión e irregularidades por el que la policía y otras autoridades marroquíes la enviaron a Lanzarote -al parecer, con la incomprensible connivencia de la Administración española-, "en donde estaría mucho mejor" que defendiendo sus ideas separatistas. Dicen algunas crónicas que todo se hubiera arreglado mejor si Aminetu hubiera decidido ser más discreta en la aduana, o hubiera aceptado presentarse simplemente como ciudadana marroquí en el formulario de entrada y no como "ciudadana del Sahara occidental", que es lo que es. Puede -se especula ahora- que, si hubiera sido menos insolente y hubiera pedido perdón por su actitud firme de defensora de su derecho, renunciando a él ante las cámaras que la filmaban y los y flashes que molestaban sus ojos debilitados después de cuatro años de oscuridad en las cárceles marroquíes, la hubieran tratado con mucha indulgencia y hubieran permitido, en fin, que se reuniera con su familia, que esperaba al otro lado. No parece que hubiera sido tan fácil, sin embargo. Si el lector tiene tiempo, le aconsejamos leer el atestado del Ministerio del Interior español que hemos enlazado en este Comentario. La ignominia estaba, según los síntomas, bien preparada; los personajes, entrenados. El lector entenderá mejor por qué Aminetu se considera solo saharaui, identidad que ostenta con orgullo, y no marroquí. La independencia de su pueblo es una causa por la que ella lucha desde que tenía uso de razón, y por ella estuvo en la cárcel. No es un derecho que se haya inventado en una tarde de soledad. Es una decisión avalada por la comunidad internacional, acordada con todos los apoyos necesarios. Una resolución a la que Marruecos hace, desde que fue tomada, ojos ciegos y oídos sordos y, cuando creen que tienen a España en el punto de atención, rechifla ignominiosa. La mala suerte para la diplomacia española es que Aminetu haya sido devuelta aquçi y no a París, Nueva York o Londres. Allí el caso les hubiera durado dos minutos, porque Marruecos se comprometió a respetar la doble nacionalidad de los saharauis. En España debieron aplicar de inmediato la Ley de extranjería, pero se prefirió, incomprensiblemente, meterse en un berenjenal de negociaciaciones sin sentido, con un equipo funcionarial y en un momento que no parecen muy apropiados para resolver patatas calientes. Algunos han sugerido que se le podía haber dado de inmediato un pasaporte español (es hija y nieta de españoles, como casi todos los saharauies) y dejarla volver como tal a Marruecos. Otros dicen que, como extranjera sin pasaporte pero con nacionalidad y residencia evidentes (la marroquí). debería haber sido enviada, sin mayores problemas, a Rabat. Todo menos intentar la negociación con el áspero equipo de Mohamed VI, puesto que no había nada que negociar. La situación del Sáhara occidental no es ni moderna ni española, sino que proviene del descuidado tratamiento internacional a un problema colonial (los niños de la postguerra estudiaban las "provincias españolas en Africa"). España aparece interesadamente como culpable, cuando en realidad, lo que ha venido jugando es el papel de tonto de la película. Puso mucho dinero en las antiguas provincias africanas, y tecnología, y, sí, también cariño, y desarrollo en el Sahara y en Marruecos. El 23 de febrero de 1976 España dió la impresión de abadonar a los habitantes del territorio a su suerte, escudándose en un acuerdo de las Naciones Unidas que resultó incumplido. El mandato de la ONU suponía, de facto, la concesión de la autodeterminación al pueblo saharaui, de etnia bereber, y cuyos componentes habían tenido la consideración de españoles hasta la retirada. El asunto se complicó cuando a Hassan II le pareció que era el momento de ampliar su feudo hacia el sur, aprovechando que los saharuis eran pocos y en el astuto entendimiento de que nadie los defendería, pues la única nación que conocía su situación y podría haberlo hecho, estaba entonces pendiente de lidiar su propio futuro, con un jefe de Estado moribundo y un ruido de sables muy incómodo. El territorio del Sáhara occidental es rico en fosfatos y otros minerales, y su plataforma marítima posee yacimientos petrolíferos y gas natural. Aquella falsa "res nullius" fue apetececida, desde ese primer momento del abandono de la potencia colonial, tanto por Mauritania como por Marruecos. El acuerdo de Mauritania para ceder al Frente Polisario el territorio sobre el que había fijado sus pretensiones no ayudó, sino que complicó las cosas, tiñéndolas de un color que no gustó en aquel mmento a las potencias internacionales en la zona: Estados Unidos y Francia. España miró para otro lado, porque se movía insegura en el terreno internacional, con la democracia aún fresca en las espaldas. Aminetu sabe mucho de la historia del Sáhara Occidental y, por ello, no puede dar marcha atrás en su llamada de atención sobre la injusticia que se viene cometiendo, desde al menos 1976, con el pueblo saharaui. Su conocimiento de la cuestión la lleva a aprovechar esta dura ocasión de la única manera posible a los que tienen sus derechos mancillados y no han encontrado un poderoso que los defienda: inmolándose en público. Su muerte no serviría de mucho, sin embargo. Se olvidaría. Ahora, en cambio, su vida es valiosísima. Por eso, hay que mostrarle a ella y a todo el pueblo saharaui que, en lugar de contar con todos ellos para promocionar mártires, la libre determinación del Sáhara occidental goza del apoyo absoluto de la comunidad occidental frente a Marruecos y que se está a favor de la justicia internacional y del leal cumplimiento de los acuerdos. Sáhara Occidental, independiente y libre. Aminetu, con su familia. Y España, si Marruecos no se aviene a acoger de inmediato a Aminetu, y, por supuesto, como ciudadana libre, debe romper las relaciones con un gobierno que, una vez más, ha demostrado su falta de respeto a las libertades y a la democracia.
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