Sobre Albania, Kosovo y la Gran Albania
Estaba cantado, pero parece haber cogido a algunos de sorpresa. La ficción del estado kosovar, en la pretensión de una imposible convivencia entre serbios y albanos, ha estallado cuando Kosovo ha declarado la independencia unilateral.
Nada importa, a los efectos prácticos prácticos, que esta situación se produzca al margen de las Naciones Unidas y, en concreto, de la resolución 1.244 que pretendió poner fin a la situación de guerra en los Balcanes, allá por 1999.
Kosovo tiene solamente 2,3 millones de habitantes y es una de las regiones más pobres de Europa. Sus habitantes están convencidos, en general, que sus riquezas naturales figuran entre las más atractivas del planeta. Pasa a menudo. Incapaz de mantenerse por sí mismo, sumergido en la corrupción y en la lucha mafiosa por el control de los beneficios de esas materias primas subexplotadas o en vías de agotamiento, mira hacia los países más prósperos europeos, esperando su ayuda.
El gobierno español, en período electoral, ha adoptado una posición conservadora (en el sentido de poco arriesgada) al respecto de ese movimiento independentista, que ha gozado del beneplácito de algunos de los países más fuertes, entre ellos, Estados Unidos: ha manifestado que no aceptará, de momento, el nuevo Estado, constituído en torno a Fatmir Sejdiu.
España se pronuncia así, una vez más en la Historia reciente, en contra de la decisión de algunos de los países europeos más influyentes, unidos en torno al Plan Ahtisaari. Los dirigentes españoles anteponen, nuevamente, y para bien o para mal, sus objetivos internos cortoplacistas -poner límite en este caso a la alegría de los separatistas catalanes y vascos por el modelo kosovar, en pleno período electoral- con una estrategia internacional de alineamiento con los grandes bloques.
Para Alsocaire, la reconstitución de una Gran Albania es una posibilidad abierta de inmediato. Al menos, y a no ser que la Unión Europea mantenga el nuevo estado con aportaciones sustanciosas, el riesgo/ventaja se ha puesto sobre el tapete político.
No faltarán esfuerzos internos para tratar de restaurar lazos económicos que se apoyarán en la comunidad de lengua, etnias y culturas entre Tirana y Kosovo. Les separa, en la actualidad, también el extremismo religioso, que entre los musulmanes kosovares tiene connotaciones islamistas muy radicales.
La herida de los Balcanes, que nunca estuvo cerrada, vuelve a supurar. Bosnia-Herzegovina , otro protectorado internacional nacido de una ficción en la que los países más prósperos han querido alejar el peligro de la guerra con ayudas cuantiosas para mantener en calma las ambiciones de los clanes económico-políticos, tiene ahora un espejo en el que mirarse, una guía a seguir, en la esperanza de que la Unión Europea se convierta en el colchón amortiguador de las tensiones locales.
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