Sobre la validez de los modelos económicos
La idea es buena: Dejar que la economía se movilice dentro de reglas generales que permitan amplios márgenes a la iniciativa privada y capacitar a la organización del Estado para que una parte de las plusvalías generadas por el sistema, retiradas mediante un procedimiento recaudatorio impositivo transparente, sirva para proporcionar asistencia social a los más necesitados y, subsidiariamente, se dedique a impulsar determinados sectores, reputados estratégicos, que aún no estén maduros para soportar la libre competencia.
La cuestión se complica si incorporamos a ese modelo nuevas variables imprescindibles para plasmar mejor la realidad.
Ante todo, se debe contar con que el funcionamiento se ajuste a los principios éticos generales, no permitiendo que algunos se enriquezcan por incumplir las normas o aprovechar de forma desleal las situaciones de privilegio. Es decir, hay que contar con un aparato de control, una reglamentación y unas previsiones punitivas para los infractores.
La selección de los criterios normativos y la manera de controlar su cumplimiento y garantizar la penalización de los desvíos, es un problema que no está resuelto. Los sistemas legislativos y judiciales de todos los países, incluso de los que alardean de profundas convicciones democráticas, tienen muchos fallos que los hacen estar lejos de la perfección. Por supuesto, también en la aplicación de las normas: los poderes judiciales están conformados por seres humanos y ya se sabe que el poder que no esté sometido a ningún control, acaba corrompiéndose.
Sin embargo, el problema mayor de los modelos económicos en la actualidad se concentra en su incapacidad para manejar dos elementos sustanciales. Uno de ellos, es, desde luego, la globalización o internalización de los mercados, con centros de decisión que no son estatales, sino en gran medida, empresariales, es decir, con objetivos particulares y en absoluto relacionados con el bienestar colectivo o los valores generales, por mucho que se les intente enmascarar con expresiones pomposas, tales como "responsabilidad social corporativa" o "preocupación por la sostenibilidad ambiental".
El otro elemento crucial es el factor técnico. Es disculpable que los economistas -especie ilustrada que, como los periodistas, cuenta con representantes cualificados que se han formado al margen de las Academias oficiales- hayan menospreciado la técnica en sus modelos. Es, al fin y al cabo, la aplicación del principio noseológico de que la existencia de aquello que no se comprende, debe ignorarse.
Pues bien: la técnica, el saber hacer, y saber hacerlo siempre mejor, ha señalado, con su capacidad de evolución muy superior a la de un mercado de bienes y servicios tradicional, la directriz central de nuestro actual crecimiento económico, rompiendo el modelo por su propio eje. Los países no pueden reputarse como más o menos desarrollados en razón de su capacidad económica, sino de su cualificación técnica.
No podemos seguir midiendo la posición de los países por el PIB, o los factores económicos agregados o desagregados. Un equipo de técnicos con cualificación puede implantar en cualquier lugar, siempre con menos dinero que el necesario para hacer lo mismo hace unos pocos años, la base para el mejor desarrollo futuro de la colectividad. El pasado tecnológico se convierte en un lastre si no es capaz de renovarse rápidamente. Vale más elegir un sitio nuevo que pretender sostener las tramoyas parcialmente inservibles del pasado.
El modelo económico que hay que reconsiderar supone incorporar, de forma inmediata, los factores tecnológico y universal. Tampoco se puede prescindir de la ética, aunque esa variable, como se decía del valor en el soldado, no hay más remedio que presuponerla.
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