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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los deterioros y sus formas de control o disimulo

Vivimos en permanente deterioro. Es una perogrullada, en realidad. Los pesimistas siempre tienen razón a largo plazo, porque caminamos, de acuerdo con el segundo principio de la termodinámica (el aumento constante de la entropía), hacia un mayor caos. Hacia el caos absoluto. Si Dios quiere, por supuesto.

El ser humano es uno de los pocos animales -y, desde luego, el más eficiente en esa labor- que tratan de poner un cierto orden en algunos aspectos, conformando parte de la naturaleza cosmológica a su alcance para obtener un mayor beneficio de esa actuación.

Es cierto que algunos seres -racionales e irracionales- pueden sentirse perjudicados por esa intervención, pero, en general, los que pertenecemos a los países llamadas desarrollados nos hemos sentido muy felices utilizando lo que nos rodeaba, consumiéndolo sin pudor, como si fuera un regalo puesto allí para nuestro disfrute.

Los ejemplos de intervención humana que han conducido o están conduciendo a acelerar el deterioro son muchos y algunos, tan evidentes que cualquiera los puede constatar sin esfuerzo.

Hemos deteriorado ríos y costas, nos hemos consumido mucha naturaleza. Las predicciones respecto al calentamiento del planeta, dentro de todas las reservas que suponen los modelos a largo plazo basados en constataciones empíricas limitadas, añaden una preocupación muy actual a las consecuencias de ese uso sin limitaciones -o muy escasas- de los entornos naturales.

Nuestro cuerpo es un ejemplo muy concreto de deterioro que nos conduce, irremediablemente, hacia nuestra muerte. Por mucho que nos apliquemos con afeites, pócimas, intervenciones quirúrgicas, disimulos, la verdad inexorable es que envejecemos y desde muy pronto. Como hemos conseguido aumentar nuestra longevidad media, el tiempo en que debemos coexistir con la consciencia de nuestro deterioro, ha crecido.

En algunos sectores parece haber una dedicación convulsiva a disimular esta realidad. Pero convendría enseñar, especialmente a los jóvenes, más que las técnicas de la ocultación del deterioro, el respeto hacia esta manifestación de nuestro carácter finito, que compartimos con todos los seres vivos y, muy especialmente, a apreciar el valor de la naturaleza que nos rodea.

No somos dioses de la Naturaleza. Somos uno de sus elementos, sometidos, como todos, a las leyes inmutables de su deterioro. A corto y a largo plazo. No deberíamos acelerarlo con nuestras actuaciones insensatas. Lo estamos haciendo, mientras se multiplican las voces de que el desastre es inevitable y de que tenemos, como especie dominante, los días contados.

Siempre nos quedará el consuelo, si llegamos al final, de creernos que, hubiéramos hecho lo que hubiéramos hecho, la conclusión de la película de nuestra evolución estaba predeterminada.

 

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