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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre remodelaciones, reformas y otros despilfarros

Bastaría darse una vuelta por nuestra geografía para percibir que los españoles no somos perfeccionistas, pero sí, refomistas.

No nos suele gustar lo que han hecho los demás, porque, simplemente, creemos estar capacitados plenamente para realizarlo mejor. El resultado es que estamos continuamente de remodelación y reforma.

¿Que compramos o alquilamos un piso?. Ante todo, y aunque nos cueste lo que no tenemos, hay que cambiar la cocina, remodelar los baños, unir y separar habitaciones, cambiar las ventanas o cerrar la azotea.

¿Que acabamos de ser elegidos alcaldes o concejales de una ciudad? No importa que las arcas municipales estén exangües, debemos proponernos pasar a la historia como los que hemos incorporado una fuente en la plazoleta donde antes había una escultura (o una escultura donde la fuente), sustituído las farolas del alumbrado por otras igualmente horrorosas o llenado de un maldenominado inmobiliario urbano aceras, parques, isletas y hasta alcorques.

Por supuesto, la magnitud del despilfarro estará siempre de acuerdo con la megalomanía del despilfarrador. Habrá alcaldes que revienten las tripas de la ciudad durante lustros, endeudando sus poblaciones por siglos. Directores de empresa que cambien la ubicación de las oficinas y talleres, buscando una eficacia que solo pasó por su cabeza. Horteras de revista del corazón disminuído que llenen su palacete de imitaciones de esculturas greco-romanas y pongan jacuzzi hasta en los armarios...

Nos duele -en los oídos y en los pulmones, por lo menos- advertir a miles de pequeños destructores de obra ajena ordenando remodelar, en esta época de crisis económica, sus pisos, chalés, mansardas y mansiones para acomodarlas a sus cutres imaginacionens. Algo positivo, sin embargo: muchas de esas obras dan empleo (imaginamos que pagado con dinero negro) a parte de la colección de inmigrantes que la debacle de la edificación de obra nueva ha dejado en la calle.

Cuando vemos a estos esforzados hablando su lengua vernácula entre ellos, encaramados como equilibristas a percarios andamios para la ocasión, sin casco ni arneses, armados con martillos y cinceles, amontonando cascotes cubiertos de polvo hasta las cejas, nos preguntamos: ¿Este es el plan E particular de cada quien? ¿con qué se está pagando? ¿A qué viene esa prisa?

Y, en fin, ¿No podríamos en esta España de la apisonadora y del piquete, dedica el dinero que, al parecer, siempre sobra a algunos, aprender a respetar lo que otros han hecho y, cuando se hace algo nuevo, proyectarlo para que dure, por estética, por utilidad, por fortaleza?

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