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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el ego

El ego es parte del habitante incorpóreo que reside en nosotros. Por supuesto, tiene que ver con el yo, pero, en realidad es una excrecencia suya.

Como sabe todo el mundo, el niño toma conciencia del yo a muy temprana edad, y con cuatro o cinco años, ese conocimiento ocupa toda su atención. Haber comprobado que la referencia a las necesidades del yo moviliza a papás, abuelos y tíos y, en el caso de tener hermanos mayores, también a éstos, es muy reconfortante para el niño. Se va conformando así su diferenciación y defensa contra otros yoes con los que se va encotrando en su camino hacia la adolescencia.

Pero el ego solo aparece más adelante, por comparación de yoes. Y, para lo que nos interesa resaltar aquí, en las edades adultas se ven egos que han crecido tanto y aparecen tan deformes que serían auténticos elementos de museo, si se les pudiera captar físicamente para la posteridad.

Ha habido egos gigantescos que nos dejaron atisbos históricos de su existencia. Ejemplos elegidos al azar podrían ser Napoleón, Carlos Quinto, Hitler, Enrique Octavo, Clemente Séptimo, Rasputín, Franco, El Papa Luna, etc. Otros egos actuales se esfuerzan en pasar a la Historia, pero la cuestión se ha hecho difícil, y lo que consiguen no guarda posiblemente relación con el objetivo personal: Bush, Aznar, Sarkozy, Putin, Aguirre, etc. La política y la farándula están llenas de ejemplos de estos últimos egos.

Hay también, desde luego, egos pequeños en yoes esplendentes, que son los que más nos deberían interesar. Francisco Ayala, Margarita Salas, ... nos parecen ejemplos muy encomiables de esta subespecie entrañable. Pero seguro que el lector encuentra, en su entorno y conocimientos, otras muestras.

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