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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el golpe de Estado en Honduras y sus repercusiones

El Ejército de Honduras ha expulsado del país al presidente Manuel Zelaya Rosales y detenido a varios de sus cancilleres, y el Tribunal Supremo Electoral -¿y el Congreso?- han nombrado a Roberto Micheletti nuevo presidente. Sucedió el 28 de junio de 2009.

Los observadores en la zona han transmitido que la cuestión que provocó el golpe de Estado fue la intención de Zelaya de prolongar su mandato, reformando la Constitución. No hay acuerdo pleno sobre este punto, al menos, interpretando literalmente los términos de la encuesta que se pretendía realizar, justamente el día de la revuelta militar, porque lo que se pedía en ella era la autorización para crear una Asamblea Constituyente, siguiendo el modelo bolivariano.

El presidente Zelaya es un personaje políticamente bipolar, una representación centroamericana de Jano, un reconvertido desde el capital al socialismo revolucionario. Esta evolución lo convirtió en un enemigo -lo dejó dicho él- "para el Estado burgués, las élites económicas".

Si eso era así, la intención de Zelaya de seguir en el mando tenía muchos riesgos para él. La voluntad de perpetuar el poder conseguido tiene sus riesgos, especialmente en los países con menos pib. 

Las razones del peligro residen, junto a otras menores, en la falta de una estructura adecuada para que, en las democracias aún prendidas con alfileres, los poderes fácticos puedan recuperar el control perdido, en caso de que haya habido traición a su causa, y, también, en la tentación de aprovecharse de las ternuras constitucionales para repetir mandato una y otra vez, y seguir haciendo de cada Estado un cortijo, de izquierdas o de derechas .

En los países con más altos pib, existe, por supuesto, la misma voluntad de defender lo ganado, pero ya no  hay el mismo riesgo. La cultura de la tranquilidad y la apatía, un Ejército profesionalizado e ideológicamente plural, y el mayor desarrollo, permiten crear democráticamente dinastías, nepotismos, partidismos, cambiando cuantas veces sea necesario las caras sin necesidad de que varíen los collares.

El pueblo, mayoritariamente satisfecho, está por ello más adormecido, y la lucha por el poder económico-político se traslada, simbólicamente, al campo de las elecciones programadas -lo visible-, y se libra, realmente, en las cavernas del Estado -lo invisible-.

La evolución de la razón de ser de los Ejércitos merecería un análisis detallado, que suponemos se estará elaborando en algún rincón del mundo. Parece evidente que, en los países pobres, el Ejército tiene la función de controlar y abortar, como les pete a los intereses económicos que están detrás, la voluntad de quien está en el poder.

Su función no es defender al país respecto a un supuesto enemigo exterior. Su armamento y dotación tienen un objetivo fundamentalmente orientado a las actuaciones en la política interna. Tener bajo su mando a varias unidades abre muchas opciones a los jefes y jefecillos militares, si saben usarlas, para hacerse personalmente ricos.

Pasa a ser normal, pues, que quienes tienen en un momento dado el control de la mayoría de las armas y dotaciones, se alcen en contra del poder, o persigan tenerlo bajo su jurisdicción, derrocándolo tranquilamente, como en un juego de estrategia para niños, si no les gusta como se están desarrollando las cosas a los que mandan entre bambalinas.

Los golpes militares de Honduras, Nicaragua o Venezuela,  realizados con las armas o con las urnas vigiladas por ellas, cumplen adecuadamente el modelo de poner mordazas a la democracia y al pueblo, como también se cumplió y se sigue haciendo Cuba. Las intenciones pudieron ser buenas, pero los métodos son nefastos. Y los resultados para la población, inexistentes, efímeros o claramente insuficientes.

Existen sápidos ejemplos del mismo brebaje en varios países de Africa y Asia, donde militares formados en las técnicas occidentales ocupan hoy los sillones presidenciales de sus respectivos países. Con el general apoyo de las democracias mayores, con sus líderes demasiado ocupados en resolver sus propias miserias, magnificadas a la escala conveniente por la perspicaz, pero egocéntrica y sesgada mirada de sus electores.

El general Romeo Vásquez, el (ex?) presidente Zelaya, el (neo?) presidente Micheletti cumplen bien ese papel de garantes de la voluntad de perpetuación de los intereses extrapopulares. Tienen testigos de parte y apoyos acordes con lo que representan. Los presidentes Chaves, Ortega, o Castro, hablaron de "golpe de Estado cavernario" en Honduras, con la misma contundencia que se les juzgó a ellos, cuando hicieron de lo suyo.

De la experiencia histórica, sin juzgar las intenciones, sino las realidades y los hechos, la situación de Honduras, uno de los países más pobres del mundo, aparece como una tragedia repetida, una versión más, incluso cutre, de la contraposición de dos intereses: a un lado, los del "eres libre para ser tan pobre como quieras" y al otro, "eres pobre por ser tan libre como quieres".

1 comentario

academico -

Tiene usted mucha razon, los militares hace tiempo que en America latina no cumplen su funcion de servir a la ciudadania sino que se han constituido como un poder real del estadoo, ignorando la voluntad popular. Un saludo desde Caracas