Sobre el coste de oportunidad del cierre de la central nuclear de Garoña
El día 5 de junio de 2009 al Gobierno de Rodríguez Zapatero le pasarán, en teoría, la patata caliente de tener que decidirse sobre la prolongación o no de la vida útil de la central de Santa María de Garoña, que cumplirá sus cuarenta años dentro de un par, allá en 2011.
Difícil papeleta, para un equipo cuyo presidente se ha definido, y aún no lo ha corregido, como el más antinuclear de su Gobierno.
Como los malabaristas siempre prefieren forzar lo más difícil, la Fundación Ideas (a la que algunos apostillan con adjetivos de los que sirven para descalificar), dirigida por el fiel Jesús Caldera, ha apoyado la fantasía de que España podrá cubrir en unos años todas sus necesidades energéticas con el 100% de las energías verdes, creando además multitud de puestos de trabajo.
Nada ha cambiado para el núcleo duro del actual Gobierno socialista, que confundiendo la estrategia energética con la opción política, se mantiene anclado en los ochenta, en donde los entonces jóvenes cachorros socialisitas, capitaneados por Enrique Barón, empujaron a la derecha a Miguel Boyer, convenciendo a González de que si apoyaba la energía nuclear perdería votos. Eran tiempos, además, en que ETA, que aún no era ecologista, asesinaba ingenieros solo por su saber hacer.
Y si el 7 de junio aún no dan por perdidas desde el PSOE las elecciones europeas, estarán aconsejando en La Moncloa y en Ferraz que adelantar el cierre de la central de Garoña y olvidarse de lo que aconseja el CSN y el sentido común, puede incluso traducirse en un rédito político.
Porque esta vez, salvo exóticas y sentimentales opiniones, todos los técnicos están de acuerdo en que España debe seguir manteniendo sus centrales atómicas, prolongándoles la vida últil hasta los 60 años (como ya se está haciendo Estados Unidos con las instalaciones gemelas que tienen allá). La decisión, además, está ligada a la necesidad de mantener un mix energético en el que la energía nuclear cubra el 20-25% de las necesidades españolas.
Las razones técnicas se unen a las económicas, o al revés, en este caso. La dependencia energética de España supone un riesgo de desabastecimiento y una incertidumbre permanente respecto al coste que deberemos pagar por las materias primas. Si se hace descansar la producción de energía eléctrica solo en las energías naturales, no tendríamos garantía de continuidad, el coste sería mucho más alto y, además, no nos liberaríamos de las imprescindibles importaciones de petróleo para mover tanto vehículo.
Racionales e intuitivos enfrentados otra vez. Los cerebros crédulos de una parte de la población están intoxicados con las ideas de "riesgo de desastre nuclear" (Chernobil, terrorismo, hecatombre), "residuos eternamente contaminantes" (radiaciones que se mantendrán millones de años activas, riesgos incontrolables para la salud, deformidades), a las que se han añadido defensas, con el encarnizamiento que dan los intereses, sobre la "indiscutible belleza de los parques eólicos y solares", "el beneficio natural de los altos períodos de insolación que tiene España", "dificultades a largo plazo de abastecimiento de mineral de uranio y su alto coste", etc.
Por eso, hay que alabar la oportunidad que ofreció la cátedra Rafael Mariño, de la Universidad Pontificia de Comillas, en Madrid, para que se expresara, técnicamente, la situación de la producción de energía nuclear de fisión en España. Una exposición de alto valor técnico y de claro mensaje político, a la que tendremos ocasión de referirnos con más detalle en los próximos comentarios.
Una cuestión diferente es decidir qué se puede hacer con los beneficios que genere la prolongación de la vida de las centrales nucleares españolas que vayan terminando su vida útil. La ingente deuda acumulada por el déficit de las tarifas del sector invita a que las rentas adicionales de estas centrales se dediquen, en buena parte, a compensar esa partida.
De eso no se está hablando. Sin embargo, forma parte de los costes de oportunidad que debemos poner en el caldero, quienes defendemos la energía nuclear como una opción necesaria, aunque de carácter transitorio, mientras hacemos viables otras formas alternativas. Y, como queremos tener las manos libres para opinar, no estamos dispuestos a chupamos el dedo.
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