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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre hinchas deportivos, símbolos y repercusiones

La final de la Copa del Rey de 2009, supuso la confrontación deportiva, en fútbol, entre equipos de dos regiones españolas con señalada retranca autonomista:  Barça y Athletic.

Algunos vieron en la circunstancia y en el hecho de encontrarse en disposición de presenciar en directo el espectáculo, una oportunidad. La de mostrar que ambas regiones comparten las mismas actitudes anticentralistas, independentistas y, por ende, republicanas. Cataluña y el País Vasco, juntos contra el resto de España. El marco hacía el reto aún más apetecible: campo del Mestalla, Valencia.

El acto deportivo contaba, por supuesto, con toda la cobertura mediática imaginable para un evento que prometía ser muy interesante, dado el excelente estado de juego del Barcelona y las ganas de hacerse con el título copero del Atlético de Bilbao, ayuno de gloria deportiva desde décadas.

En el palco se encontraba la representación adecuada de las autoridades, teniendo en cuenta que se trataba de la mayor manifestación cultural de uno de los países más avanzados del planeta. Todos esperaban, en pié,  la entrada al estadio de los Reyes de España, SAR D. Juan Carlos y SAR Da. Sofía.

Como está señalado en el protocolo, sonó el himno nacional. Se oyeron algunas protestas. Contagiados, la gran mayoría de los asistentes, tanto los de camiseta rojiblanca como los de las blaugranas, irrumpió en un silbido estruendoso; Muchos gritaron: "¡Fuera, fuera!".

Los regidores de  la emisora pública, RTE-1, que seguramente transmitía con unos pocos segundos de retraso el evento, cambió la señal de inmediato por una conexión desde Bilbao. El director deportivo de la emisora pública, que se apellida Reyes, tuvo que dimitir al día siguiente, a pesar de haber explicado que se había tratado de "un fallo humano", porque, al decir de los que se alimentan de los detalles, es "un escándalo que en este país democrático se censuren imágenes".

Nos parece que el escándalo está en que varias decenas de miles de españoles, presentes en un campo de fútbol, para ver un acontecimiento deportivo, coincidan mayoritariamente en demostrar su falta de respeto hacia los símbolos del Estado, Monarquía e himno nacional.

Y hayan demostrado lo sencillo que es encender una mecha de incultura en una multitud, sin haber reparado en lo vacuo de lanzarse piedras al propio tejado.

Porque, monárquicos como republicanos, lo que estábamos preparados para ver no era una votación ni la manifestación de un deseo nacionalista. Era el espectáculo de veintidós tipos en calzoncillos pegándole patadas a un esférico.

Nos encontramos, por el contrario, cuando en el descanso del partido nos fueron ofrecidas las imágenes previamente escamoteadas, con varios miles de espectadores que habían perdido el control. Que estaban dispuestos a linchar su compostura, ante un grupo de personajes que, lo quisieran o no, estaban representando las instituciones españolas, el Estado, el gobierno de las Autonomías.

Exhibicionistas ante varios millones de personas sentadas en sus casas ante el aparato de la tele, cerveza o cola en mano.

Para el próximo año, tal vez habrá que meditar si conviene que el Rey asista a la Copa que lleva su nombre si algún equipo vasco o catalán llega a la final. O que se interprete en lugar del himno nacional, una charanga.

Porque o reciben una educación de urgencia, o los hinchas españoles catalanos y vascos seguirán en su propósito de cachondearse de los símbolos, los suyos y los de todos. Se han tomado la realidad por un juego de pelota, en el que lo más importante de sus vidas es ganar el partido.

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